sábado, 23 de octubre de 2010

Hambruna en la Ciudad de Mexico


Sabías que...




La ciudad ocupada



Jueves, 17 de Agosto



Alejandro Rosas / Historiador.



Para septiembre de 1914, la escisión revolucionaria era casi un hecho. Tratando de mediar entre Carranza y Villa, Obregón estuvo a punto de ser fusilado por el Centauro del Norte. Se propuso entonces un último intento para solucionar los conflictos entre las distintas facciones y fue convocada una convención revolucionaria que inició sus trabajos en la ciudad de México. Desde luego, Villa y Zapata temían el “madruguete” en la capital del país, territorio ocupado por Carranza.



A petición de algunos generales “neutrales”, la Convención se trasladó a la ciudad de Aguascalientes, donde Carranza fue cesado en sus funciones de Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y encargado del poder ejecutivo y el general Eulalio Gutiérrez fue designado presidente provisional. Era el 30 de octubre de 1914.



Carranza, Obregón y algunos otros generales se movilizaron hacia Veracruz para reorganizar sus fuerzas y esperar los movimientos de la Convención. Por su parte, el presidente Eulalio Gutiérrez avanzó hacia la ciudad de México. En ella se reunirían por primera vez, Villa y Zapata. A fines del mes de noviembre, los últimos contingentes constitucionalistas abandonaron la capital del país y los primeros batallones zapatistas comenzaron la ocupación de la gran ciudad. Sus habitantes estaban verdaderamente atemorizados. Si con los constitucionalistas les había ido mal, qué podían esperar de los villistas y zapatistas, y peor aún, de sus jefes. Villa tenía la fama de asesino y Zapata era conocido por la prensa capitalina como el “Atila del Sur”.



Paradójicamente, la ocupación zapatista fue muy ordenada y tranquila. La mayoría de los campesinos nunca habían estado en una ciudad como la capital del país y la recorrieron con mucha precaución, estaban impresionados y se veían incómodos. “por no conocer cuál era el papel que debían desempeñar --escribió John Womack, biógrafo de Zapata--, no saquearon ni practicaron el pillaje, sino que, como niños perdidos, vagaron por las calles, tocando las puertas y pidiendo comida. Una noche oyeron mucho ruido y sonar de campanas en la calle, de un camión de bomberos y sus tripulantes. Les pareció que el extraño aparato era artillería enemiga y dispararon contra él, matando a doce bomberos”.



El propio Zapata tuvo un comportamiento diferente al de Carranza. No sintiéndose tranquilo en la ciudad de México, se hospedó en un modesto hotel junto a la estación del ferrocarril que iba hacia Cuautla. El 4 de diciembre, los dos caudillos más populares de la revolución, Villa y Zapata, se reunieron en Xochimilco, un agente estadounidense atestiguó el encuentro:



“Villa era alto, robusto, pesaba cerca de 90 kilos, tenía una tez casi enrojecida como la de un alemán, se cubría con un saracof, ibas vestido de un grueso suéter marrón, pantalones de montar de color caqui y botas pesadas de jinete. Junto a él, Zapata parecía ser natural de otro país.

Mucho más bajo que Villa, no debía pesar los 70 kilos, era un hombre de piel oscura y rostro delgado, cuyo inmenso sombrero a veces echaba tal sombra sobre sus ojos que no se le podían ver… vestía una corta chaquetilla negra, un largo paliacate de seda de color azul pálido… Vestía pantalones apretados negros, de corte mexicano, con botones de plata cosidos en el borde de cada pierna”.



Dos días después, el 6 de diciembre, los dos ejércitos hicieron su entrada triunfal en la ciudad de México y desfilaron por sus principales calles. Algo más de 50 mil hombres se concentraron en Chapultepec y a las 11 de la mañana avanzaron por Paseo de la Reforma. A la vanguardia iba un pelotón de caballería formado por fuerzas de la División del Norte y del Ejército Libertador del Sur, en seguida venían a caballo Villa y Zapata, el primero “con flamante uniforme azul oscuro y gorra bordada” y el segundo de “charro”. En un momento del trayecto, Villa perdió su kepí, que cayó al suelo, y Zapata, mostrando sus grandes dotes de charro, sin bajarse del caballo y todavía en movimiento, se agachó y recogió la prenda, entregándosela al Centauro del norte. La apoteósica jornada culminó cuando Villa, acompañado por Zapata, se sentó en la silla presidencial y sonriente se tomó la foto que pasaría a la posteridad, mientras el Caudillo del Sur, veía receloso a la cámara. La presencia de Villa en la ciudad de México tuvo sus momentos anecdóticos. Al igual que Obregón, fue al panteón Francés a rendirle honores a Madero. El centauro lloró amargamente frente a la tumba del “apóstol de la democracia” y siendo realmente sincero su cariño hacia don Panchito, decidió cambiar el nombre de la calle de San Francisco por el de Francisco I. Madero, jurando que mataría a quien se atrevería a cambiarlo nuevamente.



Sin embargo, no todo fue anécdota. La ciudad no pudo escapar a la zozobra que provocaban 50 mil hombres en la capital. Una vez entrados en confianza, villistas y zapatistas hicieron de las suyas. Vasconcelos escribió: “La permanencia de Villa en la capital acarreaba desprestigio y escándalo. Sus oficiales se presentaban en los restaurantes más concurridos, bebían, comían y firmaban vales en vez de pagar. Lo que nosotros ahorrábamos en un mes, Villa y su gente lo gastaban en una noche de orgías”.



El alcohol hizo estragos entre villistas y zapatistas que por cualquier razón terminaban dándose de balazos. Hubo casos en que generales de ambos bandos intercambiaban hombres con alguna cuenta pendiente dentro de sus filas y los fusilaban sin miramientos. Ni Villa ni Zapata respetaron la autoridad del presidente Eulalio Gutiérrez ni de sus ministros. Vasconcelos, por ejemplo, estuvo a punto de perder la vida al proteger la propiedad conocida como el Molino de las Rosas, perteneciente al hijo de Porfirio Díaz. “La vida diaria de los habitantes de la ciudad llegó a volverse insoportable cuando, además de las pugnas entre villistas y zapatistas, otros elementos contribuyeron a amargársela: la escasez de artículos de primera necesidad, el aumento de precios, lo corto de los salarios, la abundancia del papel moneda y su poco poder adquisitivo. La miseria y el hambre provocaron saqueos, asaltos, huelgas, manifestaciones y la contrapartida de los tiroteos de la policía para restablecer el orden”.



Esos difíciles meses para la capital de país, fueron los únicos en que la sociedad pagó su indiferencia y falta de politización. El asesinato de Madero no sólo significó la pérdida de una vida humana, sino el abierto rechazo a los principios democráticos que había tratado de instaurar en México. No existía la posibilidad del perdón.



Correo electrónico: alejandro_rosas@infosel.net.mx

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