jueves, 7 de febrero de 2008

Las Americas


Historia de las Americas

Informe especial

La Doctrina Monroe hoy

Lyndon Larouche-EIR

John Quincy Adams sigue siendo el más importante de los arquitectos de lo que, con justicia, podría señalarse como la "política exterior funcional de los Estados Unidos de América", hasta la fecha. Aunque ya era un diplomático distinguido antes de integrarse al gabinete del presidente James Monroe, el genio maduro de Adams se puso de manifiesto en tres de los papeles destacados que tuvo en el diseño de la orientación de la política exterior de nuestro Gobierno, empezando con su parte como secretario de Estado en el gabinete del presidente Monroe; durante su papel como Presidente de los Estados Unidos; y el papel que desempeñó posteriormente, de manera menos conspicua, pero con una fuerza poderosa de influencia, como miembro de la Cámara de Representantes de los EU. A todo lo largo, entre los rasgos salientes de ese genio manifiesto, estuvieron su previsión y sus aportes en lo tocante al papel de la diplomacia en definir las futuras fronteras de los EU, de costa a costa y de norte a sur, y en la elaboración de la política de los EU hacia los otros Estados de las Américas.


Su papel en la definición de la política de los EU para las Américas se asocia, más notablemente, con tres precedentes modelos. Primero, su elaboración de lo que luego vino a conocerse como la Doctrina Monroe de defensa a la soberanía a los Estados emergentes de las Américas contra la injerencia de tanto la monarquía británica como de las potencias continentales de la Santa Alianza. Segundo, los papeles que desempeñaron su secretario de Estado Henry Clay y su embajador a México, Joel Poinsett, en cuanto a la política de los EU hacia México. Tercero, su asociación con lo expresado por la "resolución del sitio", presentada por el distinguido miembro de la Cámara de Representantes y posterior Presidente de los EU, Abraham Lincoln, contra la guerra ilícita a lo Dick Cheney que lanzó el presidente Polk contra México. Notablemente, fue la conducción victoriosa del presidente Lincoln en la guerra de los EU contra ese instrumento de Napoleón III y del lord Palmerston de Jeremy Bentham, conocido como la Confederación, lo que llevó a la expulsión de las fuerzas imperiales de Francia de México, y a que Benito Juárez restaurara la libertad de México a través de la derrota de la ocupación de corte fascista del depredador habsburgo conocido como el emperador Maximiliano.


En estos asuntos de la política exterior estadounidense: desde el ataque de 1977 contra la presentación fraudulenta y fabiana de la Doctrina Monroe por parte del difunto Walter Lippmann, esos precedentes de Adams, complementados por la obra de sus colaboradores Clay, Poinsett y Lincoln, han sido el fundamento explícito y constante de mi política pública declarada, en mi condición de candidato presidencial demócrata, hacia todos los Estados de las Américas.
De igual manera, hoy, el fundamento subyacente de mi política presidencial continúa siendo aquél que expuse a principios de agosto de 1982 en mi declaración política, Operación Juárez, misma que elaboré el mes anterior en anticipación del ataque depredador contra México que hizo erupción pocos días después de que emitiera mi declaración por primera vez. Al igual que los presidentes Adams y Lincoln antes que yo, mi política declarada de 1982 respecto a la defensa de la soberanía de México se presentó, entonces y ahora, como una defensa de la soberanía y el bienestar de no sólo México, sino de todos y cada uno de los Estados de las Américas, incluyendo el nuestro.


Remontémonos de la presente situación a los menos infelices días de 1982. En el verano de 1982, antes que la banca internacional atacara a esa nación, el México del presidente José López Portillo todavía era una nación fuerte, con un fuerte sentido de su propia soberanía. Pese a todos sus problemas en ese entonces, era una nación que, de permitirlo los EU, todavía tenía tremendas capacidades y posibilidades internas de desencadenar el progreso tecnológico y social. Hoy todo, en todas partes, al sur de la frontera de Texas está mucho peor que entonces. Algunos Estados de las Américas han perdido casi toda la sustancia de la soberanía nacional que antes se les permitía. La pobreza está muy difundida y es profunda; corren el caos, y hasta la locura —o si no, acechan en todas las esquinas. En principio, los intereses y las soluciones para cada una de las naciones de nuestro hemisferio son los mismos que en 1982, pero la situación es cualitativamente un desafío mucho más difícil que lo que era en ese entonces. Bajo mi presidencia, esas dificultades podrían empezar a resolverse.


Hoy todos y cada uno de los Estados al sur de la frontera de los EU enfrentan la paradójica situación de que las normas cada vez más radicales del "sistema de tipos de cambio flotantes" del FMI, impuestas sobre América Central y del Sur por los Estados Unidos a partir de la primavera de 1982, han sido la principal causa de la creciente y profunda pauperización de la región. Empero, paradójicamente, ninguna recuperación de esas condiciones desesperadas fuere posible al presente sin la cooperación de su gran y ominoso vecino del norte, nuestros propios Estados Unidos. Es necesaria una nueva política estadounidense hacia esos Estados de las Américas, una política definida en las condiciones nuevas, y reconocidamente peores, desarrolladas a partir de la primavera de 1982. Lo que demasiado pocos ciudadanos estadounidenses entienden hoy día, hasta la fecha, y que yo debo persuadir a mis conciudadanos a reconocer, es que la futura seguridad de los EU y de sus propios ciudadanos, depende de que los EU adopten un nuevo conjunto de normas, de medidas realmente constructivas, en su trato para con nuestros vecinos en las Américas, más o menos en la misma medida de que el futuro de esos vecinos depende de nosotros. Yo necesito de tu ayuda para hacerle clara esa conexión a nuestros ciudadanos.
Para ver tan sólo uno de los muchos ejemplos importantes de esta situación paradójica, observa ambos lados de nuestra frontera con México.


La economía de los EU hoy ha degenerado en lo físico y lo moral a tal grado, que ha venido a depender, en gran medida, de la baratísma mano de obra de mexicanos en México, y en la mano de obra, por lo general barata, de personas de ascendencia mexicana de primera o segunda generación dentro de la economía de los mismos EU. Este grupo mexico– estadounidense es parte de un grupo más amplio, la llamada "minoría hispano– estadounidense", que constituye "el grupo de minoría étnica" más grande de los EU. Excede, por ejemplo, al número de estadounidenses descendientes de africanos. Empero, cuando los lazos familiares de esta población de ascendencia mexicana de ambos lados de la frontera debiere fortalecer los vínculos entre los dos vecinos, una doctrina implícitamente racista, tal como la Proposición 187 de California, apoyada por el actor de espectáculos grotescos y candidato, el depredador político Arnold Schwarzenegger, representa las abusivas necedades que amenazan y enajenan a las personas de ascendencia mexicana a ambos lados de la frontera.


Esta clase de sandez fomenta el potencial de conflicto que podría constituirse en una amenaza para la seguridad de tanto México como de los Estados Unidos. Habiendo dicho lo anterior, luego de otro momento o dos dedicado a comentarios preliminares, concluiré esta introducción a mi informe con un ejemplo importante de mi política presidencial hacia las Américas en su conjunto. A este propósito, enfoco sobre un ejemplo específico de la clase de cooperación especial transfronteriza a gran escala para la creación de empleo, que pienso poner inmediatamente en marcha el primer día de mi Presidencia de los Estados Unidos, en enero de 2005. Ese programa se llama NAWAPA-Más para el desarrollo de Canadá, los EUA y México.


Ese resumen concluirá mi introducción al cuerpo de este informe en su totalidad. En los capítulos que siguen a este prefacio, mis colaboradores y yo situamos la política general en cinco secciones de este informe en su conjunto, algunos breves, algunos más largos. En el primero de esos capítulos he resumido los rasgos más decisivos del marco histórico universal de los desarrollos sociales y políticos internacionales a partir del Tratado de Westfalia de 1648, que han definido las relaciones entre los Estados Unidos y los pueblos de América Central y del Sur hasta el presente. En el segundo, he definido brevemente la política de administración ambiental, una política de manejo de la noosfera, que ya debería empezar a darle forma a nuestra orientación general de desarrollo para el planeta en general, y el desarrollo relacionado en el hemisferio americano como tal. En el tercero, he resumido mi pensar sobre la división del trabajo que debe surgir entre las regiones continentales de desarrollo del planeta en su conjunto: Eurasia y Australia–Nueva Zelandia, África y el Hemisferio Occidental. He situado mi política sobre el papel que tendrá el desarrollo en las Américas para el mundo en su conjunto en ese capítulo.


Luego, en la cuarta sección, mis colaboradores y yo hemos añadido detalles importantes al resumen histórico que presentamos en el primer capítulo, hechos históricos adicionales dedicados a la historia de las relaciones intra-americanas de los EUA. En la quinta sección, que concluye el informe, mis colaboradores y yo aportamos una visión panorámica, con los mapas pertinentes, de algunos de los proyectos propuestos más decisivos, proyectos que mis colaboradores y yo, o hemos desarrollado, o hemos adoptado del trabajo de otros, a lo largo del último cuarto de siglo, como metas para el desarrollo a largo plazo de las Américas.



Capítulo 1
El cambio fatal de 1789–1815


Aunque la existencia de una forma moderna del Estado nacional soberano data de los establecidos sucesivamente en Francia por Luís XI, y en Inglaterra por Enrique VII, en la segunda mitad del siglo 15 europeo, el contragolpe reaccionario profeudal, encabezado por la oligarquía financiera reaccionaria de Venecia y la tradición medioeval normanda, sumió a Europa en terribles guerras religiosas y afines en el intervalo de 1511–1648. Fue sólo una Europa conducida por el cardenal Mazarino de Francia, que le puso fin a la terrible guerra religiosa de 1618–1648 con la parte decisiva que tuvo él en lograr ese Tratado de Westfalia, que ha sido el sello distintivo de las relaciones cuerdas y morales entre los Estados nacionales desde entonces.
Sin embargo, el daño ocurrido a lo largo de la "pequeña nueva era de tinieblas" de guerras religiosas en Europa de 1512–1648, debilitó tanto la capacidad de Europa de desarrollar repúblicas genuinas que, cada vez más, los grandes intelectos de Europa vieron en las Américas, especialmente en la Norteamérica anglófona, la única oportunidad a la vista para fomentar el establecimiento de una verdadera república, que pudiera servir de modelo indispensable para reformar los Gobiernos de Europa misma.


Para mediados del siglo 18, Benjamín Franklin se había establecido como la figura en torno a la cual podrían aglutinarse los esfuerzos de Europa por establecer una república verdadera en Norteamérica. El centro de esos esfuerzos en Francia era el legado de Mazarino y Jean–Baptiste Colbert. A principios del siglo 18, surgió y desapareció la posibilidad real de que Godofredo Leibniz pudiera convertirse en el Primer Ministro de Inglaterra. Una edad de relativo oscurantismo denominado la "Ilustración" francesa e inglesa, cundió como un cáncer por Europa, hasta que la erupción del movimiento humanista clásico europeo, centrado en torno a tales seguidores de Leibniz y J.S. Bach como los alemanes Abraham Kästner, Gotthold Lessing, y Moisés Mendelssohn, contraatacó con éxito marcado las podridas sofisterías de la Ilustración. Temprano, los círculos del alemán Kästner enfocaron en Franklin como el principal intelecto en Norteamérica en torno al cual hacer los preparativos para establecer una república en Norteamérica.


En la España de Carlos III, y las colonias españolas en las Américas, comprendieron lo que estaba en juego. El mismo espíritu de la revolución clásica humanista que movilizó el apoyo de Europa para la causa de una república norteamericana, produjo importantes oleadas paralelas hacia el progreso y la libertad en las colonias de España en América. Tristemente, durante las secuelas inmediatas de la Revolución Francesa y la tiranía de Napoleón Bonaparte, en el intervalo de 1789–1815, los dirigentes de esos movimientos en la colonias españolas no sólo fueron aplastados, sino con frecuencia literalmente aniquilados sangrientamente, por obra de los Adolfo Hitlers de la época.


No obstante, pese a la carnicería a lo Hitler contra los copensadores de los Estados Unidos en la América hispanohablante, más notablemente en México y Colombia, el ejemplo de la existencia continua de los EU mismos reencendió la chispa del republicanismo americano en esas naciones emergentes, una chispa que fue ricamente alimentada por la victoria del presidente Lincoln, y por la expulsión de las fuerzas de ocupación francesa de México por los EU. El Sistema Americano de economía política, ligado a nombres tales como Alexander Hamilton, Mathew Carey, Federico List, Henry C. Carey, y Abraham Lincoln, le dio nuevo ímpetu a lo que el presidente Adams, Clay y Poinsett habían tratado de lograr en México.
La victoria que obtuvieron los EUA del presidente Lincoln contra los peleles confederados de Palmerston y Napoleón III, estableció a los Estados Unidos como una gran potencia a la que no podía conquistarse desde fuera. Más o menos cuando ocurría la celebración del centenario de la fundación de los EU en Filadelfia en 1876, el Sistema Americano de economía política se extendía por Alemania, Rusia, Japón y otras partes del Viejo Mundo. Sin embargo, los sucesos que ocurrieron con centro en Francia en 1789–1815 habían producido diferencias duraderas entre los sistemas de gobierno de EU y Europa, diferencias que hasta la fecha no han sanado. Son esas diferencias las que hay que entender para ubicar las raíces históricas de las principales dificultades que afectan las relaciones entre los EUA, los otros Estados de las Américas, y de Europa, aún hoy.


El Sistema Americano de economía política, que es la intención característica de la Constitución federal de los EU de 1787–1789, tiene una dedicación implícita a un sistema de banca nacional y proteccionismo, como lo describiera Hamilton, el primer secretario del Tesoro de los EU. Los sistemas europeos, en la medida de su liberación de las turbias reliquias del dominio Habsburgo, tienen como premisa un sistema contrario a la intención de la Constitución de los EU, un sistema a veces llamado "capitalismo".


Esa forma de "capitalismo" es un sistema defectuoso —loado como "científico" por el descaminado Carlos Marx— cuyo modelo es el sistema liberal angloholandés de gobierno parlamentario. La falla principal de tales sistemas de gobierno parlamentario es el papel de lo que ha venido a conocerse hoy día como "sistemas de bancos centrales independientes", los cuales, de cuando en cuando, ejercen un dominio más o menos abiertamente dictatorial sobre los Gobiernos con los cuales comparten el poder.


Estos sistemas parlamentarios han de entenderse como reliquias modernas de arreglos previos, medievales, en los que la potencia marítima imperial de la oligarquía financiera de Venecia compartía el poder con el sistema militar normando, asociado de modo infame con la conducción de Venecia de las llamadas "cruzadas", la repugnante expulsión de los judíos de España por el Gobierno de Fernando e Isabel en 1492, en favor de la Inquisición, y el dogma racista, anticristiano, de la "limpieza de sangre" de la reaccionaria legislación española. El gran concilio ecuménico de Florencia, y el surgimiento del Estado nacional moderno que siguió, como en los casos de la Francia de Luís XI y la Inglaterra de Enrique VII, provocó una reacción de las fuerzas dominadas por Venecia del período de la historia de Inglaterra que va de Enrique II hasta Ricardo III. Esta reacción tuvo expresión en formas tales como las influencias a favor de la Inquisición sobre Fernando e Isabel, un suceso horrible que fue seguido por las guerras religiosas de 1511–1648 que Venecia puso en marcha con la cooperación de la dinastía habsburga.
Este período de guerra religiosa engendró una nueva fuerza dominante en Europa, dirigida por la oligarquía financiera veneciana, pero arraigada por los seguidores del veneciano Paolo Sarpi en un interés nominalmente protestante que iba del Ródano en Francia, a los Países Bajos, extendiéndose a las regiones marítimas del norte de Europa, incluyendo a Inglaterra.
Ese sistema liberal angloholandés que emergía, todavía era veneciano, al grado que la Compañía de las Indias Orientales británica, de la Gran Bretaña de lord Shelbourne del siglo 18, orgullosamente alegaba ser un "partido veneciano" gobernante. El partido de Shelbourne era, por tanto, el partido de la usura, el partido que de modo predominante todavía rige en Europa, aún hoy.


La característica del sistema liberal al que la mayoría llama "capitalista", es que un interés privado, un consorcio de bancos mercantiles privados de propiedad familiar, ejerce lo que en efecto es un monopolio sobre la emisión y la regulación monetaria y bancaria y, por tanto, tiene agarradas por el cuello a las que dicen ser, irónicamente, naciones soberanas.
Este conflicto entre los sistemas americano y veneciano fue la causa de los terribles sucesos de 1789–1815 en Europa. El presidente estadounidense Franklin Roosevelt entendió el significado de esa historia como, desafortunadamente, sólo un puñado de las principales figuras políticas hoy, como yo, lo entienden. Debe entenderse como la llave de todos los rasgos salientes de la historia universal desde entonces, incluyendo de los problemas específicos de los Estados americanos hoy día. De no entender esto, el próximo Presidente de los EUA de seguro hará un lío de todo lo importante. Por tanto, presento un resumen de los aspectos salientes del asunto, aquí y ahora.


Shelburne y el nacimiento del fascismo en 1789


El autor principal de la Revolución Francesa del 14 de julio de 1789 fue lord Shelburne de la Gran Bretaña, personaje destacado de las instituciones gemelas Barings Bank y la Compañía de las Islas Orientales británica. Los preparativos de Shelburne para su pretendida destrucción tanto de las colonias inglesas en Norteamérica como de Francia, empezaron más o menos cuando Shelburne le asignó a su lacayo Adam Smith echar los cimientos de lo que vino a ser el ataque de 1776 de Smith contra la causa americana, su llamada Riqueza de las naciones, mejor llamada Cómo robar la riqueza de las naciones. Shelburne comenzó a dar pasos directos para emprender una revolución contra Francia en el intervalo de 1782–1783, cuando fungió como Primer Ministro de Gran Bretaña, época en que también inició negociaciones de paz por separado con los Estados Unidos y sus aliadas, Francia y España. En el momento a mediados de 1789 cuando los patriotas franceses Bailly y Lafayette elaboraron una propuesta de Constitución fundada en principios americanos para la monarquía francesa, Shelburne y su lacayo asestaron su golpe desde Londres, empezando con esa Toma de la Bastilla el 14 de julio organizada por los agentes de Shelburne: Felipe Egalité y el banquero suizo Jacques Necker. Posteriormente, otros agentes británicos, tales como Danton y Marat, que habían sido adiestrados en Londres, y eran dirigidos desde Londres por el jefe del comité secreto de Shelburne, Jeremy Bentham, allanaron el camino tanto al Terror jacobino como a la primera dictadura fascista en la Europa moderna, la del emperador Napoleón Bonaparte.


Los agentes de Shelburne para este conjunto de operativos hallábanse concentrados en una secta francmasónica satánica conocida como los martinistas, basada en Lyón, Francia, pero muy enquistada en la vida de Francia y de la Suiza francófona. Esta secta, que a la sazón dirigían los charlatanes Cagliostro y Mesmer, y el fanático francmasón Joseph de Maistre, y que seguía el modelo pro-satánico del culto frigio a Dionisio, fue la responsable del famoso gorro frigio del Terror jacobino. Las sucesivas fases "izquierdista" y "reaccionaria" (por ejemplo, "bonapartista") de la Revolución Francesa de 1789–1815 han servido de modelo para lo que vino a llamarse, alternativamente, sinarquismo y fascismo en el período entre las dos guerras mundiales.
Por ejemplo, para conocimiento de nuestros lectores hispanohablantes, el partido nazi manejó una red a través de la España fascista en la América de habla española antes y durante la Segunda Guerra Mundial. La base mexicana, incluyendo el fascista Jacques Soustelle, tenía como centro a los asesinos del Presidente de México, Álvaro Obregón, y junto con Paul Rivet y Jean de Menil, se usó para coordinar aliados de los nazis en las Américas, una red sinarquista arraigada en las redes terroristas de Europa. Esas mismas diversas redes, nominalmente de "izquierda" o de "derecha", que quedaron de los nazis, se desplegaban, y se despliegan, como una red subversiva pro-fascista por todas las Américas, desde México a Cabo de Hornos, aún hoy. Estas redes sinarquistas constituyen la más grave amenaza interna a la seguridad de las naciones de las Américas hasta el presente.


Shelburne tenía un triple propósito. Primero, como le confió a su lacayo Gibbon, su intención era crear un nuevo Imperio Romano pro pagano, siguiendo el modelo presentado por Gibbon de los éxitos y defectos fatales del antiguo Imperio Romano. Segundo, el cometido de Shelburne era erradicar la influencia de la Revolución Americana tanto de Europa como de las Américas. Tercero, como Shelburne le confió a su lacayo Adam Smith en 1763, estaba empeñado en destruir no sólo las economías de Norteamérica, sino también a Francia, como parte de su intención de impedir cualquier desarrollo en Europa continental que pudiera constituir una amenaza a los designios de establecer un imperio mundial a partir de la posición que tenía la Compañía de las Indias Orientales británica de la oligarquía financiera, como la principal potencia marítima del mundo, una potencia marítima imperial establecida implícitamente cuando dicha compañía subyugó a la India.


Shelburne y su lacayo Jeremy Bentham ciñeronse a esas políticas no sólo durante el ascenso al poder de Bentham en el período de 1789–1815, hasta los 1830, como el que definió la política exterior imperial británica y sus operaciones de inteligencia secreta. A partir de 1815, Bentham y sus herederos condujeron revoluciones por todo el mundo, incluyendo las Américas, lo que continuó con el control del protegido de Bentham, Palmerston, sobre las revoluciones de 1848–49 de la "Joven Europa" de Mazzini; el despliegue de Napoleón III de Francia por parte del discípulo de Bentham, lord Palmerston; el control británico de la monarquía española antiamericana y esclavista de Isabel II; y la instalación de la bestia fascista Maximiliano sobre el trono de México. Esta misma tradición fue continuada en tales formas como el papel que desempeñaron ciertos destacados círculos financieros de Londres y Nueva York en colocar inicialmente a Adolfo Hitler en el poder en Alemania; y es típico del modo en que ciertos intereses financieros oligárquicos, con centro en Londres, han recurrido una y otra vez a la organización martinista o sinarquista, empleada originalmente para la Revolución Francesa, en sus esfuerzos de impedir que emerja una potencia continental en Eurasia, y también en las Américas.


La novedad es que, después de la victoria del presidente Lincoln contra la marioneta de Palmerston, la Confederación, la Gran Bretaña ya no estaba en posición de conquistar físicamente a los EUA. De allí que, empezó a depender en las redes pro martinistas–sinarquistas basadas en círculos internacionales de la oligarquía financiera con vínculos a los EU, como los que controlan al vicepresidente Cheney y al ex secretario de Estado George Shultz hoy día y, finalmente, han trasladado su base de operaciones al interior de los EU hoy en día.
Remonta la mirada a 1940, cuando lo que quedaba del Ejército británico estaba bajo amenaza de ser liquidado en Dunkirk.


En ese momento el ministro de Defensa Winston Churchill recurrió al presidente estadounidense Franklin Roosevelt, para tomar acciones en común para impedir que los admiradores de Hitler, incluso entre las filas de la oligarquía británica, le entregaran la Gran Bretaña y su Armada naval a una alianza sinarquista antiestadounidense, una alianza que pretendía formarse con la Gran Bretaña, la Francia derrotada, Italia, Alemania, y Japón. Cuando tomamos en cuenta los círculos financieros oligarcas de tanto Nueva York como de Londres que pusieron a Hitler en el poder en Alemania en 1933, el modo en que esos mismos círculos financieros apoyaron a Roosevelt y a Churchill contra la alianza sinarquista continental con Japón es sorprendente. Aquellos intereses financieros oligarcas, de habla inglesa, que tan celosamente llevaron a Hitler al poder en 1933, descubrieron que no estaban dispuestos a convertirse en meras colonias de una internacional sinarquista basada en el continente europeo y encabezada por Hiltler. Así que apoyaron a Roosevelt y a Churchill contra Hitler entonces, pero regresaron a sus prácticas perversas luego de junio de 1944, una vez era seguro que la guerra llegaba a su fin.


Hasta agosto de 1945, cuando las bombas nucleares fueron arrojadas sobre blancos civiles en Hiroshima y Nagasaki, las oligarquías financieras de la Gran Bretaña y los EUA no estaban dispuestas a importar la pestilencia sinarquista que Shelburne le había inflingido a Europa continental. El cambio ocurrió cuando los seguidores del dogma imperialista de Bertrand Russell, de imponer un "gobierno mundial mediante una guerra nuclear preventiva", fueron adoptados por esa facción utopista hoy asociada con el vicepresidente Dick Cheney. El cambio fue, y es, que el enemigo ya no venía de afuera de nuestras fronteras, sino principalmente de adentro.
Antes de Hiroshima en 1945, el efecto de lo que hoy es conocido como la internacional sinarquista y sus varias operaciones, incluyendo guerras y revoluciones mayúsculas en el continente europeo, había sido esencialmente "geopolítico": la determinación de la Gran Bretaña de mantener a Europa principalmente bajo el dominio imperial e intelectual del Reino Unido, y en las garras de un modelo parlamentario liberal angloholandés controlado por la oligarquía financiera. Para los geopolíticos británicos, esto significaba mantener a las naciones de Eurasia continental mutuamente en pugna. Hoy, desde lo de Hiroshima, los intereses financieros oligárquicos pro sinarquistas están empecinados en usar a los propios Estados Unidos como su base de operaciones para ejercer tal forma de dominio imperial mundial. Son esas tendencias arraigadas, difundidas de la Europa de los siglos 18 y 19 a otras partes del mundo, incluyendo ideologías dominantes en los propios EUA, que son la única fuente esencial de la diferencia respecto a cómo pensar sobre el mundo en general, entre Europa y los EUA, desde la Revolución Francesa de 1789–1815 hasta el presente.


La diferencia decisiva


Para entender la tarea que enfrento, en mi condición de candidato a la Presidencia de los Estados Unidos, dentro de las Américas en general hoy día, considera el rompimiento en la continuidad transatlántica de la cultura europea que vino a desarrollarse a resulta de los efectos de los sucesos de 1789–1815 hasta el Congreso de Viena de Metternich. La división esencial es entre la intención original de la Constitución federal de los EU de 1787–1789, y la prevalencia, aún hoy, del modelo de gobierno parlamentario liberal angloholandés. Nosotros en los EU nos hemos sometido en gran medida a la introducción traidora del anticonstitucional sistema de la Reserva Federal, una fabricación de la monarquía británica de Eduardo VII metida de contrabando en los Estados Unidos por los presidentes pro Confederación Teodoro Roosevelt y el fanático del Ku Klux Klan Woodrow Wilson.


Hasta los sucesos de aproximadamente 1789–1806, desde la Toma de la Bastilla hasta la victoria de Napoleón sobre los prusianos en la batalla de Jena–Auerstädt, la principal corriente política en Europa era la del renacimiento clásico humanista, el revivir explícitamente los legados de Godofredo Leibniz y J.S. Bach, difundidos por los círculos de Kästner, Lessing, y Mendelssohn, a Francia, Inglaterra, Norteamérica y otras partes. Esta influencia clásica humanista, contraria a la "Ilustración", había sido el elemento más decisivo en la base más amplia de apoyo internacional para la causa de la independencia de los Estados Unidos de 1776–1789.


El espectáculo del Terror jacobino, seguido por el surgimiento del jacobino Napoleón Bonaparte como el primer dictador fascista moderno, desató olas sucesivas de pesimismo cultural, especialmente a partir de tales sucesos señeros como la auto-coronación de Napoleón como el nuevo césar y pontífice máximo, y su triunfo en Jena–Auerstädt. Esta ola de pesimismo cultural es lo que se conoce como el romanticismo del siglo 19, que asumió la forma de pesimismo agudo en la secuela del congreso de Viena de 1815, y los fascistas decretos de Carlsbad patrocinados por Metternich. Estos pasos sucesivos hacia la degeneración política y moral de la cultura prevaleciente en Europa, condujo a la emergencia de tales formas de pesimismo respecto a la naturaleza del hombre, como el positivismo radical, y la aparición de las corrientes existencialistas de tales predecesores del nazismo como Schopenhauer, Richard Wagner, y Nietzsche: la llamada "Revolución Conservadora" que representan en los Estados Unidos hoy día los autodenominados "neoconservadores" aglutinados por el momento en torno al vicepresidente Dick Cheney. Tendencias análogas hacía el romanticismo se difundieron en los propios Estados Unidos, como en el caso de los círculos neokantianos de Concord de Ralph Waldo Emerson, y demás, y los surcarolinianos fundadores de la Confederación, favorables a Napoleón.
Aunque el dominio de Napoleón terminó cuando fue transportado a Santa Elena, la secta martinista que dirigió, sucesivamente, tanto al Terror como a la tiranía de Napoleón, siguió con vida. G.W.F. Hegel, el izquierdista que devino en obsceno admirador de Napoleón, escribió la teoría de la dictadura napoleónica; la secta francmasónica martinista de Talleyrand sobrevivió la derrota de Napoleón para dirigir la restauración de la monarquía en Francia por nombramientos del procónsul británico, el duque de Wellington. El martinismo, todavía con Jeremy Bentham y el lord Palmerston de Bentham al timón, condujo las revoluciones 1848, y llevó a Napoleón III al trono. El martinismo, que entonces empezaba a conocerse como sinarquismo, creció en tanto fuerza a finales del siglo 19 y organizó la Primera Guerra Mundial a instancias del "señor de las islas" británico, Eduardo VII. La internacional sinarquista, como tal, organizó una sucesión de regímenes fascistas culminando en la Segunda Guerra Mundial. La secta se difundió por las Américas.


El legado cultural del martinismo o sinarquismo infecta a gran parte del mundo hasta el presente. Su influencia sale a relucir de diversas formas.
Contrario a la francmasonería martinista o sinarquista, los casos ejemplares del papel de John Quincy Adams, el papel inspirador del presidente Abraham Lincoln, y Franklin Roosevelt, demuestran un potencial cultural profundamente arraigado dentro de la tradición nacional, la de nuestra propia nación, transmitida por generaciones sucesivas. Ilustro esa transmisión refiriéndome a mi propio caso.
Excepto una pizca de ascendencia de indio americano, mis primeros ancestros en Norteamérica llegaron a finales del siglo 17, respectivamente, a Quebec, e inmigrantes ingleses a Pensilvania. En la línea de descendencia inglesa destacaron líderes notables del movimiento contra la esclavitud, entre ellos un tal Daniel Wood, mi tatarabuelo quien fue un contemporáneo de Lincoln y un admirador de Henry Clay, del poblado de Woodville en el condado de Delaware, Ohio. Este célebre Daniel Wood era un tópico frecuente de relatos de primera mano en torno a la mesa de mis abuelos, como observé con una cierta fascinación, allá a finales de los 1920. Tanto mis abuelos maternos como paternos nacieron por los 1860. El lado de Quebec emigró a los EU como un personaje picarezco de alguna nota ente sus contemporáneos. Su esposa era de ascendencia irlandesa.
El lado escocés, mi abuelo materno, vino a los EUA en 1862 cuando era un infante, acompañando a un dragón escocés profesional, un hombre fiero en lo tocante a esgrimir un sable o un whisky, quien vino a los EU para integrarse a la Primera Caballería de Rhode Island contra la esclavitud. El hermano del dragón era un capitán marino escocés relativamente famoso de la línea Estrella Blanca, quien, entre sus otros logros, indujo a su hermano a abandonar el sable que mi bisabuelo empleaba para recalcar sus puntos en las discusiones, con demasiada frecuencia para la tranquilidad de los bebedores locales de whisky en Fall River, Massachusetts. Mi hijo ha añadido credenciales judías a sus ancestros, y sus hijos han añadido ascendencia polaca al paquete total.
En suma, yo soy—pese a que adolezco de ciertos ancestros con los que no fui agraciado— un típico producto de la tradición del crisol estadounidense. Eso de por sí es, del modo más enfático, una distinción cultural norteamericana; esa característica del crisol de tantos de nosotros es un rasgo específicamente estadounidense, no obstante que ancestros entremezclados como el mío, aunque frecuentes, no son universales entre nosotros. Haciendo a un lado las disputas familiares, para aquéllos que comparten la suerte de ancestro del crisol étnico como el que tengo yo, el racismo y el chovinismo no son tradiciones culturales específicamente americanas, sino aberraciones contrarias a los rasgos esenciales de nuestro carácter nacional.
Lo que hay que recalcar es la manera en la cual son transmitidas tradiciones culturales a lo largo de varias generaciones, no sólo a través de la lectura de varios informes, sino mediante transmisión de primera mano por transacciones familiares y relacionadas que ocurren alrededor de la mesa a la hora de la comida, y de otras formas. A veces me he quedado sorprendido, y con frecuencia fascinado, con el recuerdo de mis experiencias frecuentes en que las influencias culturales intrafamiliares emergen del lapso de dos o más generaciones pasadas. Hay un tipo cultural específicamente estadounidense, en ese sentido.
Al contrastar esta experiencia con lo que encuentro al toparme con rasgos culturales representativos de otras partes del mundo, emerge el significado práctico de mi propia experiencia de una cultura específicamente estadounidense.
Por ejemplo, hasta los cambios introducidos en los 1960 y posteriormente, una educación pública típica ponía énfasis en la verdadera historia política de los Estados Unidos. Había mucho de eso de imprimirle una cierta interpretación a los textos y los procedimientos en el aula de clase, pero el sentido de historia, incluyendo la de nuestra propia nación, estaba ahí para todos nosotros que asistíamos a una escuela pública de razonable competencia. Esos recursos estaban disponibles para el niño y el adolescente generalmente a través de libros, y de libros en la biblioteca en particular. Teníamos un sentido de historia, incluso, hay que subrayarlo, de nuestra propia historia nacional. No era siempre veraz, pero la provocación para descubrir esa historia estaba ahí. Posteriormente, en mis tratos con culturas fuera de los Estados Unidos, empezando con mi servicio militar en Sudasia durante la Segunda Guerra Mundial, he acumulado una sensibilidad sobre los efectos prácticos de las diferencias culturales en la forma en la cual ocurre la percepción de la experiencia, y en las preferencias registradas, cuando vamos de personas de cierto trasfondo cultural nacional, a personas que vienen de otro. Si reflejamos sobre nuestro propio desarrollo cultural, al tratar de entender las raíces de un desarrollo cultural distinto en otros, ganamos la capacidad de entender las formas pertinentes de las diferencias culturales entre los EUA y Europa, o entre los EUA y las culturas de América del Sur y Central.
Hay que reconocer varios puntos de comparación al enmarcar este informe.
Primero que nada, la gente de distintos antecedentes culturales adquiere conciencia de esas diferencias y reacciona acorde a ellas. La reacción con frecuencia es funcional en cuanto a carácter, más bien que simplemente negativa o positiva. Aquéllos de nosotros en los EUA que tenemos una visión informada de la historia mundial moderna, como es mi caso, somos capaces de reconocer la naturaleza y las causas de las diferencias entre las formas convergentes de pensar de los europeos y norteamericanos en las décadas previas a 1789, y después de los sucesos de 1789–1815.
Los que compartieron la tradición clásica humanista de finales del siglo 18 entonces, como aquéllos en Norteamérica y Alemania, tenían un mayor grado de afinidad relativa en cuanto a asuntos decisivos de Estadismo, que lo que uno encuentra entre los estratos de personas educadas en los EU y Europa en la actualidad.
Por ejemplo: la divergencia más importante en este sentido hoy es el grado al cual los europeos condicionados a un sentido de lo "correcto" del sistema parlamentario liberal angloholandés, resisten la idea de acabar con el dominio de los sistemas de bancos centrales independientes, incluyendo la forma de autoridad cedida al FMI actualmente.
Nosotros en los EUA tenemos un precedente histórico claro para tales ideas en nuestra Constitución federal, y de otras formas. Europa piensa de una diferencia entre el capitalismo, como lo define un Carlos Marx malamente educado por la Compañía de las Indias Orientales británica, y el socialismo, como la única alternativa, ya sea deseable o simplemente detestable, al capitalismo. Al igual que Carlos Marx, el europeo típico rechaza el Sistema Americano de economía política como una aberración de un Davy Crocket analfabeta, o como algo demostradamente "erróneo" según las pautas generalmente aceptadas de la tradición culta europea. Por ejemplo, un europeo culto insistirá por lo general que el fundamento del sistema original de Bretton Woods viene de John Maynard Keynes. Simplemente rehusa aceptar que el sistema de los EU nunca tuvo la intención de establecer un sistema de banca central al que sería aplicable la noción de Keynes, y que el método de Franklin Roosevelt siempre fue el pautado por el Sistema Americano de Alexander Hamilton, y el del colaborador de Hamilton, Isaac Roosevelt, el ancestro más honrado por Roosevelt.
En cuanto a esa misma diferencia, la opinión que por lo general emana de América Central y del Sur hoy día, tiende a parecerse a la europea. Esto lo agrava un odio generalizado contra el "imperialismo yanqui"; uno tiende a pensar lo peor de cualquier idea, aunque esa idea, de hecho, esté fundada en una versión falaz de la historia, si esa idea tiene conexión con lo que uno supone es su opresor perverso.
Lo que estoy recalcando fundamentalmente en este sentido, es lo siguiente.
El problema práctico que tienen que encarar el próximo Presidente de los Estados Unidos, y el resto del mundo, es que no hay ninguna solución a la crisis general de desintegración del sistema monetario de tipos de cambio flotantes que hoy embiste, que no sea la eliminación de todo vestigio de los sistemas de bancos centrales independientes, mediante la reorganización por bancarrota del sistema monetario– financiero mundial. Esa reorganización monetaria –financiera, de la cual ahora depende en lo absoluto la supervivencia de la civilización en el corto plazo, requiere arrancar de raíz aquellos aspectos, tanto de gobierno como de tradición, que reflejen la hegemonía prolongada del llamado sistema de banca central independiente, y más bien inclinarse a favor del precedente del Sistema Americano, como lo representa el argumento del secretario del Tesoro Alexander Hamilton.
Debido al impacto global de estas consideraciones relacionadas con la economía, y de las históricas– culturales congruentes, tengo un papel mundial específico que desempeñar como el próximo Presidente de los Estados Unidos de América. El aspecto decisivo de ese papel es mi responsabilidad única de juntar a las naciones, no sólo para poner al actualmente quebrado sistema monetario– financiero mundial bajo la tutela de los Gobiernos, para reorganizarlo por bancarrota; mi papel de conducción, singularmente estadounidense, en este sentido, es asegurar que acabemos con el dominio que ejercen sobre este planeta los conciertos de sistemas de bancos centrales independientes, incluyendo la forma miserable asumida por el actual sistema de la Reserva Federal de los EU bajo las malas gestiones sucesivas de Paul Volcker y Alan Greenspan.
El problema que enfrento en este sentido es que, la institución del sistema de banca central independiente no sólo es una forma de institución; es una característica cultural muy arraigada de ese modelo liberal angloholandés de sistema parlamentario que le dio al mundo tales monstruos como lord Shelburne y su Jeremy Bentham. Este impacto cultural está profundamente arraigado en los efectos acumulados de su persistencia aun en la minucia de la vida cotidiana de Europa y otras naciones.
Por tanto, cualquiera que trate de desarraigar esa tradición, se expone a decenas de miles de emboscadas mortíferas por parte de aquéllos que sienten dentro de sí un profundo apego cultural a esos hábitos institucionalizados desarrollados en torno al modelo angloholandés. Esas raíces están clavadas muy profundo en la cultura europea; son precisamente esas raíces las que tenemos que arrancar, raíces que debieron haberse arrancado de toda la civilización europea a fines del siglo 18, cuando primero se arrancaron, al menos de manera temporal, y en varias otras ocasiones posteriores, en los EUA.
La institución del consorcio de bancos privados de propiedad familiar es muy antigua, aún más antigua que la oligarquía financiera de Venecia medieval. Es una institución con profundas raíces latinas en los principios del derecho romano, en el legado del previo culto a Apolo en Delfos, y en Tiro y la antigua Mesopotamia referida por el empleo de la expresión "la puta de Babilonia". Ese concepto del papel del dinero y las finanzas es un legado pagano que afecta el modo de definir la noción de propiedad, con la cual la mayoría de las naciones todavía definen al dinero como tal. Hoy, fuere probable que sólo un presidente estadounidense idóneo represente el potencial cultural y relacionado para reunir a las naciones y decir: "Removamos la basura del tapete. Estamos aquí reunidos para crear un nuevo sistema libre de tales reliquias perversas del pasado". Es en cuanto a este asunto decisivo que la Revolución Americana de 1776–1789 expresa la autoridad moral única para conducir al mundo fuera del cenegal que los legados de Venecia, lord Shelburne y los martinistas han impuesto sobre más de dos siglos de la historia moderna hasta este momento. Fuere probable que sólo un Presidente de los Estados Unidos que represente este papel, disfrute de las calificaciones morales y culturales necesarias para conducir a la nación en este momento tan crítico de la historia moderna mundial. Tomando en cuenta todas mis cargas personales, y descontándolas como corresponde, sigo siendo, por el momento, el único candidato que pudiera desempeñar semejante papel de manera competente.


Tres reinos de terror


A partir de 1789, la civilización europea moderna extendida al orbe ha experimentado esencialmente tres períodos de terror martinista o sinarquista, cada uno de los cuales ha minado su capacidad moral de esquivar y superar los efectos de esos grandes golpes. El primero fue la maquinación de la Compañía de las Indias Orientales británica de la Revolución Francesa y su secuela napoleónica. El segundo fue el modo en que se aprovecharon los efectos de la Primera Guerra Mundial para producir la peste sinarquista de Hitler, y demás. El tercero fue la combinación del bombardeo terrorista contra blancos civiles, por parte de los aliados, que culminó con el inicio de la era de la guerra nuclear preventiva imperial de Bertrand Russell, cuando el presidente Harry Truman arrojó las bombas nucleares sobre los blancos civiles de Hiroshima y Nagasaki. Lo tercero cobró formas tales como la crisis de los proyectiles nucleares de 1962, el asesinato del presidente estadounidense John F. Kennedy, y el inicio oficial de la guerra de los EU en Indochina. Los efectos acumulados de estos tres golpes interrelacionados han minado sobremanera los poderes intelectuales y morales de poblaciones enteras.
Al regresar de la Segunda Guerra Mundial, vi el terror por el acto perverso del presidente Truman contra Hiroshima y Nagasaki, expresado en los ojos de aquéllos que acababan de llegar de la guerra. Así, vi a la mayoría de ellos convertidos en mucho menos de lo que eran. Vi en sus ojos la pesadilla durante lo que se conoció como la "Guerra Fría" de fines de los 1940 y los 1950. Vi a hombres y mujeres en masa perder la cordura en los días más críticos de la crisis de los proyectiles de 1962. Vi el efecto agravado sobre las mentes de los de mi generación y sus hijos cuando abalearon a Kennedy. Vi la degradación que produjo el hundirnos en el inútil viaje al infierno que fue la guerra estadounidense de 1962–1972 en Indochina. Sentí que los había perdido a todos, como si fueran lemmings saltando al despeñadero en medio del terror. Cosas como ésas han sucedido, en masa. Si no lo entendemos, no podremos movilizarnos para sanar la herida que en ellos dejó.
Y si no, entonces, ¿qué será de la humanidad?
Ideólogos martinistas influyentes, tales como Joseph de Maistre, han sido explícitos: el objetivo de la secta francmasónica martinista, y su continuación sinarquista, era destruir el concepto del hombre asociado con el Renacimiento europeo del siglo 15, el concepto del hombre que expresa la Revolución Americana. Su modelo fue el antiguo culto frigio a Dionisio, el mismo tema pro satánico que posteriormente Friedrich Nietzsche puso de relieve. Emplear un terror enorme para disponer a los pueblos a rendirle culto a la venida de Dionisio, la gran bestia, una criatura que comete crímenes tan monstruosos, tan inimaginables, que los pueblos aterrados se postrarán a los pies de ese opresor con inextinguible amor, tratando de hacer a otros lo que él, el monstruo, ha hecho ante sus ojos.
El dechado de tales formas modernas de terror existió en la Inquisición española, en la guerra religiosa que emprendió Felipe II de España, y en la Guerra de los Treinta Años. Fue contra este culto al terror que el Tratado de Westfalia concentró sabiamente su medicina antihobbesiana y antilockeana para el alma política: el beneficio del otro. La disposición a hacer el mal que tal terror inculca en el observador susceptible, es la meta y método de tales martinistas como Joseph de Maistre, o del Adolfo Hitler del holocausto contra sus víctimas judías.
Los tres principales ciclos de bestialidad martinista o sinarquista que he señalado como relativamente los más decisivos para la historia actual, son las cicatrices acumuladas del alma, que hoy siguen cargando como parte de su legado las naciones y pueblos de la civilización europea extendida. Este legado corrompe el alma como una vil enfermedad. La cura en parte es tener conciencia de ello; reconocer cómo han funcionado dichas experiencias; reconocer, por ejemplo, que admirar a Napoleón Bonaparte, o a su descendiente espiritual, Adolfo Hitler, es como adorar a Satanás dentro de ese tabernáculo que eres tú mismo.
Con frecuencia tenemos que hacer el bien, cosa de desafiar el perverso legado que surge desde adentro para adueñarse de nosotros, y ganar esa batalla haciendo el bien con audacia, no por un sentido negativo de obligación, sino por una pasión de experimentar dentro de nosotros mismo el acto de hacer un bien que desafíe el legado del mal que representa el martinismo o sinarquismo. El norteamericano hará el bien por los puebles de Sudamérica, sólo si esta acción parte de un apremio de desafiar el mal dentro de sí mismo o misma, al hacer el bien. No se hace un gran bien por la cualidad negativa de un sentido de obligación, de un deber; un gran bien viene de la pasión por cumplir una misión, una misión de la cualidad que representa, en y de por sí, el darse cuenta de que uno no es una bestia, sino tan humano como debe serlo una criatura beneficiosa hecha a imagen del Creador. En griego, por el ágape.
Debe acabarse de inmediato con el martinismo o sinarquismo. La misión de liberar a la humanidad de rendirle culto a los conceptos erróneos de la banca y el dinero que aún hoy prevalecen, es la llave para lograr ese resultado tan urgentemente necesario. La verdadera riqueza, como nos lo enseñaron Cotton Mather y Benjamin Franklin, es el acto y el fruto de hacer el bien.
Semejante empresa trinacional (Canadá, EUA, México) serviría como el fulcro de un sistema de gestión de aguas, tanto para la distribución de agua como para la transportación por barcazas, que es necesario para resolver de manera económica tales condiciones de crisis como la de los superexplotados acuíferos en derrumbe. Hay que reconocer que tales proyectos iban contra la corriente de las tendencias prevalecientes en las últimas cuatro décadas, de creciente oposición a obras públicas de infraestructura a gran escala al estilo de la TVA (Tennessee Valley Authority, o Administración del Valle del Tennessee), y hasta de oposición a sistemas regulados de producción y distribución combinadas de energía. Sin embargo, los efectos inevitables, y al presente catastróficos, de la desregulación, en combinación con los efectos acumulados de la depresión económica general en marcha desde 2000, están cambiando a las crecientemente asustadas, y hasta desesperadas, pero cuerdas, corrientes de la opinión popular, y llevando a cada vez más de nuestros conciudadanos a apartarse de fantasías derechistas tales como la "estrategia sureña" del presidente Nixon y las fantasías "suburbanas" nixonianas de los demócratas anti Roosevelt, y mirar en la dirección de la cosmovisión que tenía la Presidencia de Franklin Roosevelt en los EU.
En los años desde los aterradores golpes sucesivos de la crisis de los proyectiles nucleares de 1962, el asesinato del presidente John F. Kennedy, y el lanzamiento de la guerra oficial de los EU en Indochina, ha habido un cambio cualitativo en la opinión pública, especialmente entre la primera generación de ciudadanos estadounidenses y europeos nacidos después de la Segunda Guerra Mundial, que se ha apartado de los valores de una sociedad productiva, a favor de rendirle culto a un utopismo "posindustrial", una sociedad de placer, cada vez más quebrada y depredadora, hacia algo que con frecuencia sugiere la decadencia de la Roma de los césares, como Tiberio, Claudio y Nerón. Con ese cambio de valores de "cuello azul" por los de "cuello blanco", y más allá, cada vez más de esa composición cambiante de la población adulta que emergía del desgaste que el proceso de envejecimiento producía en generaciones sucesivas, sentía un creciente menosprecio, y hasta hostilidad, hacia la importancia de la infraestructura económica básica y la alta densidad de flujo energético para mantener los poderes productivos per cápita de la sociedad. Nuestra economía ha sido arruinada a resultas de estos cambios necios ocurridos en el lapso reciente de casi cuarenta años.
En realidad, la estabilidad y el crecimiento neto de una economía productiva moderna, tal como la de los EU antes de 1964, requieren de una inversión de más o menos la mitad de su actividad en inversiones y operaciones de la infraestructura económica básica. Esta inversión en infraestructura debe concentrarse, en su mayor parte, en inversiones intensivos en el uso de capital. Estas inversiones en infraestructura corresponden variamente a las funciones federales, estatales y locales de gobierno, o a entidades privadas, pero reguladas por el Gobierno, que suministran servicios públicos. Entre estas categorías se cuentan: la producción y distribución de energía proporciones en aumento de densidad de flujo energético; gestión de aguas y sistemas relacionados; sistemas de transportes, tanto de carga como de pasajeros; las instalaciones públicas esenciales para la atención médica y los servicios de salubridad; una reforma total de los sistemas educativos, que se necesita urgentemente y que debe diseñarse para el desarrollo integral de los futuros ciudadanos, como parte de una forma altamente productiva de sociedad adulta; y formas apropiadas de organización urbana que integren de forma eficaz zonas agrícolas con modos funcionales de habitación y empleo residenciales, industriales, comerciales y públicos.
Para ilustrar este aspecto, la productividad per cápita dentro de dos plantas manufactureras de otro modo al parecer idénticas, variará en proporción al desarrollo intensivo en el uso de capital, de la infraestructura en el área donde se ubican la planta y su fuerza de trabajo. Así, el desarrollo de los EUA en tanto nación integrada, requirió de un cierto método de desarrollar el sistema ferroviario transcontinental, del cual dependía la posibilidad para el desarrollo de la agricultura, la minería, y la manufactura en casi todo su territorio. En otras palabras, la productividad relativa potencial del trabajo y de las inversiones de capital privado, per cápita y por kilómetro cuadrado, o aumenta de manera significativa, o apenas se hace posible, sólo con una creciente densidad de capital para el desarrollo y las operaciones de la infraestructura económica básica suministrada mediante las inversiones, ya sean gubernamentales o reguladas por el Gobierno, en los servicios públicos relacionados a la infraestructura.
Cualquier intento de abaratar los costos de los productos comprados por la desregulación a través de las políticas de "libre mercado" acabará con la infraestructura, y con la productividad en el lugar de producción, por efectos tales como una reducción irreversible de la inversión de capital y los niveles de capacitación, lo que lleva a un inevitable desplome relativo de la economía al recortar los precios a corto plazo mediante el agotamiento de inversiones esenciales de capital a largo plazo en personal y planta. Dadas semejantes tendencias, incluyendo los efectos de una celosa "deslocalización" de la producción hacia mercados de mano de obra barata, desaparecerán categorías enteras de destrezas y tecnologías necesarias de entre la fuerza laboral y las capacidades productivas, como ha sido el caso de modo creciente en los Estados Unidos desde principios de los 1970, y también en Europa continental, un poco después.
Este efecto de las llamadas políticas de "libre mercado" se manifiesta hoy día como el desplome de los niveles físicos de vida y de empleo en los EUA, en particular entre el 80% de la población con los ingresos familiares más bajos, especialmente desde aproximadamente 1977


Actualmente, los EUA, las Américas en general, Europa Occidental, Australia y Nueva Zelandia se aproximan al extremo final de un desgaste de décadas —y cuya fuerza motriz es el "libre mercado"— del desarrollo infraestructural y de los modos de producción intensivos en el uso de capital. El impulso descarriado de una sucesión de Gobiernos estadounidenses incompetentes en lo económico, a partir del giro pro-fascista que ocurrió cuando el presidente Nixon, ha sido recurrir a motivos de "libre mercado" para causar medidas compensatorias de "austeridad fiscal", medidas de austeridad que cercenan precisamente aquellas inversiones, servicios y empleo en infraestructura, de las cuales depende absolutamente aun el presente nivel de producción.
La única solución para tales casos es un aumento en grande del empleo productivo en la agricultura, la industria, y en la infraestructura económica básica intensiva en el uso de capital, tal como lo hizo el presidente Franklin Roosevelt al conjurar la catástrofe producida por los Gobiernos de Coolidge y Hoover. Al aumentar la proporción del empleo y la densidad de capital en la producción productiva, en relación tanto a la población total como al territorio, y al aumentar esa proporción a niveles por encima del nivel de equilibrio de la economía total, puede lograrse una recuperación económica general. La política contraria de "libre cambio", con sus efectos secundarios de "austeridad fiscal" y desregulación, sólo ha producido desastre. Recortar la producción, reducir los niveles de tecnología, sólo conducirá a la ruina absoluta de una economía que ya padece dificultades financieras.
La mayor parte del mundo, salvo algunas partes importantes de Asia tales como China, se hunde ya más y más en la bancarrota causada por más de tres décadas de "austeridad fiscal", "desregulación", y medidas relacionadas. Esto empezó en los EUA y la Gran Bretaña, más o menos cuando estalló la guerra en Indochina y el primer Gobierno británico de Harold Wilson desató sus medidas destructivas. Para los EUA, el descenso general empezó con el presupuesto de 1966–67. La misma tendencia golpeó a Europa continental occidental un poco después. El sector en vías de desarrollo, incluyendo a América Central y del Sur, fue golpeado de manera creciente por la combinación del cambio a un sistema monetario– financiero de "tipos de cambio flotantes" en 1971–72, y las jugarretas del cartel de distribución de petróleo a mediados de los 1970. En las condiciones que prevalecen hoy día, unas tres décadas después, la única solución general para todas y cada una de las partes del mundo, incluyendo las Américas, son programas de construcción de infraestructura a gran escala que aumenten los niveles combinados de empleo útil y la formación de capital a largo plazo, con acento en la infraestructura económica básica.
Sin programas de infraestructura como el NAWAPA-Más para Canadá, los EUA y México, ya no hay, en términos generales, ninguna esperanza para cualquiera de estas naciones.
Ese programa para resucitar las economías de Canadá, los EUA, y México, es emblemático de mi política, pero es tan sólo un ejemplo que deja varias cosas de importancia decisiva todavía por decir. En los próximos capítulos mis colaboradores y yo explicaremos la diferencia.


Capítulo 2
Los ciclos de onda larga de Vernadsky


El desarrollo completo de un programa tal como el NAWAPA– Más abarcará un ciclo de capital de aproximadamente dos generaciones: 50 años, incluyendo un ciclo primario de construcción de casi un cuarto de siglo. Esto es comparable al actual programa de desarrollo a largo plazo de China. La construcción de infraestructura a largo plazo en China, como, por ejemplo, la presa de las Tres Gargantas y empresas similares, desarrollará el interior de China con mejoras significativas, lo que conducirá a que el crecimiento de la productividad despegue en el segundo cuarto de siglo del ciclo de 50 años. El desarrollo del sistema del NAWAPA– Más, desde el Ártico hasta la frontera sur de México, será un esfuerzo comparable. Esto incluye no sólo los aspectos abióticos del sistema, sino que también debe contemplar que los sistemas hidráulicos empiecen a surtir efectos, y que progrese la forestación y otros aspectos integrales de la instalación terminada y en funcionamiento. Desde el comienzo habrá una mejora significativa en los niveles de empleo y de vida de la población, pero que alcanzará un grado de prosperidad relativa en la fase preliminar de equilibrio económico de elementos iniciales fundamentales del proyecto, como tales. Al igual que en el período de la posguerra en los EU, a mediados de los 1950, los proyectos iniciales requerirán del progreso acumulado logrado a lo largo de una década o más.
Basamos estos cronogramas aproximados en dos conjuntos de hechos que más o menos imbrican. Primero, lo que hemos aprendido de obras parecidas del pasado, como las emprendidas por el presidente Franklin Roosevelt. Segundo, una rama de la ciencia física, la biogeoquímica, como la desarrollara uno de los científicos más consumados del siglo 20, el famoso biogeoquímico ruso Vladimir I. Vernadsky, en su concepto de noosfera. Esta es la relación del progreso científico con las transformaciones, funcionales y cualitativas, necesarias de la biosfera.
Partiendo de la misma perspectiva general de la química física experimental que su maestro, Dmitri I. Mendeléiev, Vernadsky definió los procesos del planeta Tierra como una combinación de tres clases distintas de causas físicas: no vivientes, vivientes y creativas mentales humanas. No me meteré en los recovecos de la ciencia que atañe, excepto para indicar la importancia de la obra de Vernadsky para la administración a largo plazo de los recursos naturales de los que depende la sociedad. Me concentro en comparar ciertos aspectos que tienen en común dos ejemplos del problema de la administración mundial de estos recursos, los de las regiones de Eurasia y América donde han de encontrarse la mayor parte de los recursos a desarrollar en esos continentes hoy día. Los métodos experimentales desarrollados y refinados por Vernadsky y sus seguidores demostraron que, primero, la vida es un principio antientrópico que no puede derivarse de los procesos no vivientes; es un principio independiente del universo que interactúa con los procesos no vivientes, pero que no se deriva de ellos. Segundo, los procesos creativos humanos antientrópicos, mediante los cuales la humanidad realiza y aplica los descubrimientos de principios universales, no existen en la física típica de los procesos no vivientes, ni tampoco entre las formas de vida inferiores al hombre. Estos tres principios distintos en interacción tienen características distinguibles de forma experimental, igual a cómo los procesos vivientes axiomáticamente antientrópicos tienen una escala cronológica diferente, y tienden a tomar control de lo que generalmente presumimos es el dominio axiomáticamente entrópico de lo no viviente, así como los procesos creativos humanos característicamente antientrópicos tienen una escala cronológica diferente, y tienden a tomar control de tanto lo no viviente como de lo viviente.
Contrario a los engaños popularizados entre muchos autoproclamados ecologistas, el progreso humano no necesariamente ocurre a costa del bienestar de otros procesos vivientes, sino más bien, con la guía de la ciencia, el hombre mejora toda la biosfera de maneras de las que de otro modo no se beneficiaría. Las implicaciones del trabajo de Vernadsky y de otros es que en general el universo es característicamente antientrópico, no entrópico, y que el como especie hace posible un grado y ritmo de desarrollo antientrópico de los procesos abióticos y vivientes que no es posible más que mediante la intervención del hombre.
La única salvedad que hay que señalar sobre el conflicto entre la entropía y la antientropía, es que el hombre debe tener la determinación de hacer avanzar la antientropía, una determinación que debe guiar el progreso de la ciencia.
Entre los resultados pertinentes de esas distinciones están los siguientes.
Los recursos minerales de los que hoy depende la sociedad, se encuentran en concentraciones económicas principalmente en depósitos sedimentarios donde esas concentraciones han quedado como "las cenizas" de procesos vivientes. Así, hay un ritmo al que el hombre agota dichos depósitos, en comparación con el ritmo al que se producen depósitos equivalentes. En algunos casos, el ritmo actual de agotamiento de ciertos depósitos pertinentes le presenta a la sociedad un serio desafío a mediano o largo plazo.
Debemos considerar una combinación de formas de abordar esos límites de las clases conocidas de fuentes de recursos que, o ya sabemos, o sospechamos, que existen. Una de estas formas es la administración de alternativas de materiales usados en las manufacturas. Otra, es intentar acelerar el proceso mediante el cual los procesos vivientes "reúnen" y concentran ciertos minerales.
Otra forma es la transmutación controlada, que puede que sea viable de más maneras que las que sospechábamos. Pueden haber otros medios que los de la "fuerza bruta" de la fusión termonuclear, que puedan causar las transmutaciones deseadas.
El desarrollo de las biosfera tiene una importancia más inmediata. El aumento del crecimiento útil y eficaz de procesos vivientes tales como pasturas, árboles y quién sabe qué, es la forma antientrópica más conocida de transformar radiación solar, de forma directa o indirecta, en biomasa aprovechable, y de mejorar el clima. Sabemos mucho ya; nos falta mucho por aprender; entre tanto, tenemos que tratar de hacer más con lo que sabemos.
Hay otra dimensión humana en lo que toca administrar la biosfera, que seguido se pasa por alto: el hecho de que la mente del hombre, nuestro poder de descubrir y desplegar principios físicos universales y relacionados, sitúa a la especie humana, de manera absoluta, aparte y por encima de todas las formas de vida animal. El poder específicamente antientrópico de la mente humana, un poder así definido, le permite al hombre transformar la biosfera, y también el dominio abiótico, a ritmos que, por su naturaleza, tienden a subyugar a las formas inferiores de procesos abióticos y biológicos. El poder del individuo para realizar un descubrimiento válido original de un principio físico universal, o para recrear el acto de hacer dicho descubrimiento, es típico de este poder que sitúa a la humanidad por encima de las bestias. En la medida que dejemos de tratar a grandes segmentos de nuestra población como si fueran ganado humano, y pongamos el acento en formas de educación y empleo que nutran el desarrollo de los poderes creativos de la mente de una proporción mayor de nuestra población, el ritmo del dominio humano sobre nuestro planeta acelerará de conformidad. Sólo viendo al hombre en su verdadera naturaleza, como la expresión de la noosfera, habremos de dominar los límites aparentes de la biosfera.
La conquista el Gran Desierto Americano que comparten México y los EU, y el desarrollo y uso apropiado de vastas áreas de la biosfera, además de los grandes recursos minerales, de Sudamérica, representan un gran reto inmediato para la cooperación entre las naciones soberanas del hemisferio durante el próximo medio siglo. Tal es el desafío para nuestro hemisferio. Eurasia, África, y Australia y Nueva Zelanda enfrentan un desafío parecido.


Capítulo 3
Las regiones noéticas de nuestro planeta


Los actuales retos físico económicos de nuestra era dividen al planeta en su totalidad en, esencialmente, tres regiones continentales principales: el continente eurasiático; África, en particular al sur del Sahara; y las Américas. Australia y Nueva Zelanda tienen un significado auxiliar. En cada uno de estos casos, la perspectiva a largo plazo se basa en estudios de la interdependencia funcional entre ciertas concentraciones principales de población y de recursos naturales a largo plazo, con énfasis inicial en los recursos minerales, como abordamos este asunto en el capítulo anterior. Los tres principales factores que definen a cada una de estas regiones de un modo funcional, son: 1) las relaciones político– económicas dentro de la región en su totalidad, definidas en términos físico económicos, en vez de monetario–financieros; 2) el lapso de 25 a 50 años de desarrollo principal y relacionado de infraestructura económica básica para la generación y distribución de energía, gestión de aguas, transporte, desarrollo urbano y salubridad; 3) la administración físico económica a muy largo plazo de la noosfera.
Las características político– económicas de cada una incluyen los siguientes rasgos salientes. Ahora quedará más claro el porqué una perspectiva más adecuada para tratar a las Américas como una región de desarrollo continental, tenía que aguardarse a que estuviéramos dispuestos a considerar las lecciones a aprender de la obra de Vernadsky.
El desarrollo eurasiático para hoy se define principalmente en términos de las relaciones físico –económicas a largo plazo con eje en Europa, la nación eurasiática de Rusia, y los centros de población del este, el sudeste y el sur de Asia. Este desarrollo define un cambio cualitativo en la población, de poner el acento en las zonas ribereñas a lo largo de los litorales, hacia el desarrollo y el aumento de la concentración de la población en zonas más al interior. Este progreso requiere un desarrollo gigantesco y a largo plazo de los sistemas de infraestructura económica básica a gran escala necesarios para hacer totalmente habitables estas zonas tierra adentro, de forma apropiada para la producción de alto rendimiento.
Aunque naciones asiáticas tales como India, China, Japón y Corea son productores capaces de bienes de capital importantes, las actuales necesidades para el desarrollo de áreas tierra adentro y de otras regiones subdesarrolladas, excede las capacidades actuales, y en lo inmediato previsibles, de esas partes de Asia. Esto define una oportunidad especial de comercio a largo plazo con Asia para Europa Central y Occidental. En general, la base para este comercio depended de un cimiento en la formación de capital a largo plazo para obras de infraestructura y otras relacionadas, con una maduración de entre 25 y 50 años. Esto representa un cambio en la historia de la economía. Con la introducción de transporte de alta velocidad mediante el desarrollo económico del interior del continente eurasiático, el transporte terrestre se vuelve más barato, en términos absolutos, y generalmente más rápido que el transporte marítimo, pues funciona en áreas en las que el transporte se integra a la producción local de riqueza.
Rusia y Kazajstán desempeñan un papel especial al respecto. El potencial científico de Rusia, ahora en gran medida inactivo, será de una importancia decisiva para el desarrollo de la región ubicada entre el este y el oeste del continente eurasiático. En este marco, debemos prever el establecimiento de una muy postergada paz y de la cooperación pacífica en el sudoeste de Asia, que contribuya a conectar la región del Mediterráneo con la del océano Índico.
Esto no significa excluir a las Américas de este desarrollo eurasiático; señala el papel cualitativamente mayor del desarrollo de la economía interna, en vez del comercio exterior, dentro de Eurasia misma. El desarrollo racional del continente africano requiere desarraigar las medidas deliberadamente genocidas impuestas sobre el África, desde los EU y otras partes, con tales políticas de control poblacional como el Memorando de Seguridad Nacional 200 (NSSM–200), del entonces asesor de seguridad nacional Henry A. Kissinger, adoptado en los 1970.
A condición de que se elimine la actual práctica de genocidio, que al presente continúa, el gran reto para el desarrollo de África es la construcción de infraestructura económica básica a gran escala, de la que dependerá absolutamente el progreso económico racional de las naciones, en especial de aquéllas de África al sur del Sahara.
El centro y el norte de Asia, y el continente africano, cuentan con dos de las principales concentraciones de recursos minerales de las que depende el futuro de la humanidad en la actualidad. La tercera se encuentra en las muy subdesarrolladas naciones de Sudamérica.


`Terriformar' las Américas


La exploración tripulada exitosa del interior del sistema solar empezó principalmente en Alemania en los 1920 y 1930, y en su mayor parte pasó a manos de los EU y Rusia en la década inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Ya para principios de los 1950, el pionero espacial adoptado por los EU, Wernher von Braun, planteó la tarea de enviar una flotilla a Marte, un vuelo espacial que Von Braun describió explícitamente como una versión del viaje de redescubrimiento de las Américas de Cristóbal Colón. Nuestro finado amigo Krafft Ehricke nos describió en detalle su diseño para la clase de instalaciones de producción a construirse en la Luna, que serían indispensables para llevar a la humanidad a otros planetas. Tras la muerte de Krafft, en honor suyo desarrollé, a fines de 1985 y principios de 1986, mi propuesta para establecer una ciudad científica bajo la superficie de Marte a lo largo de 40 años.
Al mismo tiempo, puse de relieve que, cualquier tecnología apta para desarrollar una ciudad científica sustentable bajo la superficie de Marte, nos permitiría ejercer dominio sobre los que pudieran considerarse los sitios más inhóspitos sobre la faz de la Tierra.
A manera de generalidad, nosotros los seres humanos debemos encarar nuestra obligación de administrar la ecología de nuestro planeta, del modo que un granjero inteligente convierte un yermo en próspera agricultura. Las vastas regiones de América del Norte y del Sur que son casi páramos, consideradas junto con los enormes recursos minerales y biológicos del hemisferio, en especial el extraordinario sistema del Amazonas, representan uno de los grandes retos para la ciencia y la humanidad. ¿Cómo es posible que un hombre, una mujer o un niño sea pobre en una parte del mundo tan intrínsecamente rica como podríamos lograr que ésta deviniere?
Podríamos ver a Australia y a Nueva Zelanda con los mismos ojos con los que vemos a las tres regiones continentales principales. Podemos aumentar la función de la vida en este planeta; podemos, con ayuda del uso de los principios de la vida, mejorar el manejo de los procesos abióticos de nuestro planeta. Por tanto, nosotros en las Américas tenemos que adoptar un programa de largo alcance, como éste, como nuestra misión en el "espacio interior" del planeta que ahora habitamos. Con semejante programa podemos tener la certeza de que la población de Sudamérica aumentará sobremanera en lo que resta del presente siglo, y que, sin embargo, podrá llegar el día, en una época no muy lejana, en que ningún niño tenga que ser pobre.
El mecanismo práctico que necesitamos para ambas misiones de tal cualidad sublime, o incluso algunas más ordinarias, puede y debe cobrar forma como nuestra respuesta a la profunda crisis económica que hoy oprime al hemisferio, en especial a las regiones sureñas. Como propuse en mi Operación Juárez en 1982, tenemos que desarrollar un nuevo mecanismo de crédito dentro del hemisferio, mediante el cual creemos y administremos grandes flujos de crédito barato a largo plazo, crédito generado por Gobiernos soberanos que actúen en concierto para realizar mejoras de capital en la infraestructura económica básica y en las tecnologías de producción, con tipos de interés simple de no más de 1 o 2% neto anual.
Dentro de los propios EUA, la intención de este programa continental de desarrollo económico tiene que incluir la expansión de aquellas industrias que producen los bienes de capital que nuestros socios en América Central y del Sur necesitan. También tenemos que desarrollar fuentes esenciales de tecnología en varias regiones del hemisferio.
Todo esto debe funcionar dentro del marco de una forma económica proteccionista de orden monetario de tipos de cambio fijos entre las monedas de las Américas, similar al de la exitosa fase inicial del sistema monetario– financiero original del Bretton Woods de la posguerra.
El desarrollo de un arreglo y perspectiva semejante en las Américas complementará y engranará de forma directa con el sistema afín de cooperación continental que ahora emerge en el continente eurasiático. Estos dos sistemas continentales serán la base de un sistema mundial con muchos de los rasgos del propósito y funcionamiento de la forma de sistema proteccionista del Bretton Woods de la posguerra, basado en tipos de cambio fijos y en convertibilidad a paridad fija, denominada en el patrón reserva de oro.
Al establecer semejante forma fructífera de cooperación entre Eurasia y las Américas, podremos brindar la ayuda que se necesita con urgencia para concretar los principales aspectos infraestructurales a gran escala del desarrollo de África, en especial en África al sur del Sahara. Mientras, nuestra capacidad para impulsar un programa NAWAPA– Más de cooperación entre Canadá, los EU y México, le demostrará al continente entero que estamos decididos a alcanzar las metas que nos hemos propuesto para todo el hemisferio, y más allá.
Cultura y nación
Cuando escucho las palabras "gobierno mundial", me acuerdo de la bíblica Torre de Babel, y me pregunto: ¿Podría ser cierto el relato de la Biblia?
Luego pienso en el "gobierno mundial", y sé que el principio que expresa ese relato de la Biblia es verdadero, sea cual fuere el tiempo o lugar al que pueda referirse. Es verdadero, porque sería una consecuencia segura el que un gobierno mundial produjera un resultado trágico que cae precisamente en esa clasificación general.
Explico a lo que me refiero, de la forma más sucinta posible, y hasta donde mi deber aquí lo exige.
La diferencia esencial entre el hombre y la bestia es que sólo el individuo humano es capaz de descubrir aquellos principios universales validables de forma experimental, a los que los sentidos no tienen acceso directo, como el descubrimiento único de Kepler de un principio universal de gravitación. En el uso del lenguaje hablado y escrito, la bestialidad cobra la forma de un supuesto significado simple de diccionario de las palabras. Estos son los mentados significados literales o, en términos técnicos, representan una perspectiva nominalista, como la del irracionalista medieval Guillermo de Ockham.
En el uso culto del lenguaje, como en la gran poesía o el drama clásicos, las palabras no tienen significados simplemente literales. El habla culta refiere ideas que corresponden a realidades que existen más allá de la simple experiencia de nuestros sentidos. El discurso inteligente, aun entre gente relativamente ignorante, se distingue por el papel de la ironía; y la poesía clásica es típica de este papel de la ironía. Tal como nos aseguran hispanohablantes de las naciones de Íbero América hoy día, la misma lengua raíz, el español, tiene diferentes connotaciones conforme pasamos del español convencional usado en una parte de América Central y del Sur, a otra. Por lo general, estas diferencias son expresiones de ironía, la misma suerte de ironía que presentan toda la gran poesía y drama clásicos. Por ironía nos referimos a un conjunto de significados múltiples de las palabras y frases, según el contexto en el que se expresan.
En cualquier cultura, su historia específica se refleja en las diferencias entre las ironías que se han integrado a una cultura idiomática nacional a lo largo de generaciones. La capacidad de un pueblo para expresar lo que Shelley señalaba como "ideas profundas y apasionadas respecto al hombre y la naturaleza", yace en el uso apto de tales legados de la ironía. Es compartiendo dichas ironías, que un pueblo puede alcanzar el discernimiento para autogobernarse de forma eficaz, por medio del cual el pobre Sancho Panza pudiera haberse capacitado para gobernar una ínsula.
Si intentamos transformar lenguajes existentes ricos en ironías en argots de corte nominalista, le quitamos a un pueblo el poder de gobernarse a sí mismo de forma inteligente. En todos los sentidos, sería mejor desarrollar el autogobierno en torno a una lengua rica en tal repertorio de ironías, y lo más libre posible de la esclavitud del nominalismo. Que los hablantes de las diferentes naciones lleguen a entenderse entre ellos, y con otros, mediante la comprensión del puente de ironías por el que dos culturas lingüísticas puedan desarrollar el discernimiento necesario para gobernar tanto sus asuntos internos como las relaciones entre todos ellos.
El concepto de formas especiales de cooperación orientada a la misión entre un grupo de naciones que tienen algún conjunto de metas estrechamente interdependientes, requiere que la cooperación no se degrade a algo como un Torre de Babel. Más bien, que las diferencias en la comprensión sean las ironías que impulsen a las diferentes naciones a hacer descubrimientos en los que quizás nunca se hubiese pensado de haberse dejado a las naciones resolver las cosas aisladas las unas de las otras. Que nuestras diferencias nos enriquezcan, en conocimiento y espíritu.
Lo que propongo es un sistema de Estados nacionales soberanos de las Américas en su totalidad, como región tal.

Capítulo 4
La lucha por la soberanía de las repúblicas americanas

Anton Chaitkin, Cynthia Rush y Jeffrey Steinberg


Desde la alianza de los Estados Unidos con Francia y España durante la Revolución Americana, una lucha común por el desarrollo económico, y en contra del imperialismo y el feudalismo de los financieros, ha aunado los esfuerzos de patriotas en los EU, México y Sudamérica.
En sus años en París (1776–85), Benjamín Franklin forjó un pacto militar y fortaleció los lazos de otra índole con las monarquías de Francia y España, ambas gobernadas por miembros de la familia Borbón. Luego de que las tres naciones derrotaran al Imperio Británico, Franklin regresó a casa para dirigir la redacción de la Constitución de los EU, y para pasarle a Alexander Hamilton, el primer secretario del Tesoro de la república, el ideal de Franklin del progreso fomentado por el gobierno: con aranceles proteccionistas y crédito público para crear industrias, y establecer condiciones modernas en lugar de una sociedad agraria atrasada.
Cuando George Washington tomó juramento como el primer Presidente de los EU, el 30 de abril de 1789, había perspectivas magníficas para el desarrollo de la humanidad.
Los amigos de los EU, el general Lafayette y el colega de Franklin, el astrónomo Jean Sylvain Bailly, conducían a la nueva Asamblea Nacional de Francia hacia la adopción de una monarquía constitucional que habría de garantizar la libertad y la prosperidad.
En tanto, España y sus colonias americanas, impulsadas por el reinado (1759-88) del extraordinario rey Carlos III, daban inicio a la creación de una mancomunidad transatlántica dotada de ciencia humanista y economía política, estrechamente ligada a Franklin y a su legado.
La revolución se extiende por la América española
Carlos III, Rey de España e Indias
El clamor a favor de la Revolución Americana y su rápida difusión abrieron las puertas para una nueva estructura de poder mundial: el de las naciones y pueblos soberanos. El poder británico, amenazado de muerte, respondió sanguinariamente a los sucesos de 1776–89 desatando el Terror jacobino en Francia, y operaciones idénticas contra el Hemisferio Occidental, usando el mismo establo de "radicales filosóficos" y terroristas asesinos.
De los 174O a los 1770, Benjamín Franklin había estado en contacto continuo con los círculos de Godofredo Leibniz en Alemania, cuyos dirigentes eran el colaborador científico de Franklin, Abraham Kästner, de la Universidad de Gotinga, y los seguidores de Jean Baptiste Colbert, el patrocinador francés de Leibniz. Ahora Franklin, Washington y Hamilton aplicaban el programa de Colbert, de crear industria guiada por el gobierno. Y los dirigentes científicos y políticos que emergieron en la Nueva España (hoy México y partes de Centroamérica), Nueva Granada (Venezuela, Colombia, Ecuador), y los virreinatos de Perú, Chile y Río de la Plata, eran producto de exactamente las mismas redes europeas que colaboraban con Franklin.
El científico alemán Alejandro de Humboldt, discípulo de Kästner, durante su expedición a Sudamérica de 1799–1804, comentó en gran detalle sobre las políticas del rey Carlos III: "Ningún Gobierno europeo ha sacrificado más grandes sumas" que los reyes borbones de España para avanzar el conocimiento científico en el Nuevo Mundo. "En todas partes observamos un gran actividad intelectual, y entre los jóvenes, una maravillosa facilidad para aprehender los principios de la ciencia", escribió Humboldt.
Carlos III diseñó su plan para las Américas con la ayuda del colaborador de Franklin, el conde de Aranda, y con el economista colbertiano Pedro Rodríguez conde de Campomanes. Aranda ayudó a consolidar la alianza del "pacto de Familia" de 1762–63 entre Francia y España, y siendo el representante de su país en Francia, habló en 1777 con Franklin y su aliado, el ministro francés Vergennes, sobre cómo auxiliar la Revolución Americana.
Conciente de que la Compañía de Jesús había organizado levantamientos contra la Corona en Paraguay, Perú y la Nueva Granada, Carlos instruyó a Campomanes para que redactara la orden de 1767 expulsando a los jesuitas de todos los dominios españoles en ultramar, alegando, entre otras cosas, que los jesuitas habían sostenido "relaciones traicioneras" con los británicos en las colonias.
Campomanes había establecido las Sociedades Económicas de Amigos del País por toda España. Estas sociedades seguían el modelo de las sociedades colbertistas de Francia, y de la Sociedad Filosófica Americana de Filadelfia, fundada por Benjamin Franklin en 1743 como un retoño de su propio club filosófico privado, el Junto.
Los Amigos del País también se establecieron en todas las capitales coloniales españolas. Eran puntos de reunión para los principales científicos de la región, que cada vez más adoptaban los principios republicanos y el concepto del hombre que habían impulsado la fundación de los EU. Fue a los Amigos del País que Humboldt visitó a cada paso en su expedición a Sudamérica, llevándoles los últimos avances científicos europeos, y transmitiendo los logros de estos republicanos talentosos a Europa y a la Sociedad Filosófica Americana de Franklin en Filadelfia. Un hispanista ávido, Franklin tenía en su biblioteca en la Sociedad Filosófica Americana muchas obras de los intelectuales más talentosos de España y de sus colonias en el Nuevo Mundo.
El número sin precedentes de expediciones y emisarios científicos enviados al Nuevo Mundo durante el reinado de Carlos ayudó a desarraigar los restos de la política feudal habsburga, reemplazándola con una actividad económica y comercial productiva. Por ejemplo, el inspector real de la Nueva España, José de Gálvez, posteriormente ministro de Indias, acabó con el brutal sistema de repartimientos que había esclavizado a la población indígena. Hubo expediciones a todos los confines de las colonias españolas en el Nuevo Mundo, lo que resultó en la creación de un gran número de instituciones científicas y académicas, cuyos planes de estudio incluían las enseñanzas de Leibniz, del astrónomo Johannes Kepler, del matemático y discípulo de Kästner, Carl Gauss, y de otros de los principales humanistas europeos.
Para 1810, unos 20 años después de la muerte de Carlos III, cuando en las colonias las juntas empezaban a exigir la independencia total, era claro que la dirigencia republicana que había surgido del renacimiento leibniziano de Carlos se identificaba con el ejemplo de los EU, y quería que las nuevas repúblicas independientes siguieran el ejemplo de los jóvenes EU. Los contactos de Humboldt y Franklin en Perú, Nueva Granada, Chile y Nueva España constituían la facción principal dentro de los movimientos independentistas en desarrollo. El fermento pro estadounidense bullía en la región, y por todas partes circulaban copias de la Declaración de Independencia de los EU, del Common Sense (Sentido común) y Rights of Man (Derechos del hombre) de Thomas Paine, además de distintivos y emblemas simbólicos de la Revolución Americana.
En tanto en la Gazeta de Caracas aparecían varios artículos sobre las ventajas de la Constitución de los EU, Juan Germán Roscio redactó la primera Constitución de Venezuela siguiendo las pautas de la de los EU.
Londres, sacudida, prepara su respuesta
Oligarcas británicos, con lord Shelburne a la cabeza, estaban empecinados en impedir a toda costa que se propagaran las ideas e instituciones revolucionarias republicanas en Europa y en las Américas. Las dos armas favoritas en su arsenal colonialista eran el terrorismo y la falsa "democracia".
Lord Shelburne, en efecto el "dogo" del "partido veneciano" angloholandés de los oligarcas rentistas– financieros, presidía el omnipresente Comité Secreto de la Compañía de las Indias Orientales británica. Ésta mantenía un ejército y una armada más grande y con mejores equipos que la Corona británica, y tenía ligas con las principales casas bancarias de la City de Londres, especialmente con Baring Bank, de Francis Baring, quien era uno de los tres integrantes del Comité Secreto de Shelburne.
Shelburne reunía en su mansión de Bowood una gran tertulia, el equivalente a los think tanks exentos de impuesto de la actualidad, y mantenía a tales propangandistas como Adam Smith, Edward Gibbon, James Mill y Jeremy Bentham como los principales contrainsurgentes de la Compañía de las Indias Orientales.
Bentham, en particular, vino a la noticia de Shelburne después de la publicación, en octubre de 1776, de su diatriba contra la Declaración de Independencia estadounidense. Bentham rechazaba la idea misma de "derechos inalienables", y decía que todo pensamiento y actividad humana derivaban de la búsqueda del placer sensorial y de evitar el dolor, y que todas las formas de gobierno eran intrínsecamente represivas.
Jeremy Bentham
Bentham era el principal agente de Shelburne en la guerra contra la diseminación del republicanismo hacia Francia y las Américas. Cuando Shelburne asumió la conducción del Ministerio de Relaciones Exteriores y, posteriormente, llegó a ser el Primer Ministro, cuando se negociaba el Tratado de París (1782–83) que concluyó la Revolución Americana, parte del aparato de relaciones exteriores y de inteligencia de la Compañía de las Indias Orientales fue incorporada al Gobierno. En efecto, Shelburne y Bentham fundaron la cancillería británica y el Servicio de Inteligencia Secreta de la Gran Bretaña, hecho que fue conmemorado 200 años más tarde por el Instituto Real de Asuntos Internacionales (Chatham House) en un acto en el que el orador principal fue Henry A. Kissinger, el 10 de mayo de 1982.
En la mansión de Shelburne en Bowood, Bentham era el personaje central de un "taller de escritores radicales", del que emanaron muchos de los principales discursos pronunciados por los dirigentes jacobinos franceses Marat, Danton y Robespierre. Las diatribas de Bentham contra la idea de una monarquía constitucional, sus arengas a la turba, y sus detallados códigos legales, todos fundados en su "cálculo de placer y dolor", fueron traducidos al francés y llevados al otro lado del canal de la Mancha a los dirigentes del Terror jacobino. Bentham fue recompensado con una ciudadanía honoraria de la Francia jacobina, y su plan para establecer campos de concentración de trabajo esclavo, su infame Panopticón, estaba por construirse, y el propio Bentham pensaba mudarse a Francia para asumir el cargo de ministro de Prisiones.
Para 1808, Bentham había cambiado su enfoque, y dedicó los 24 años que le quedaban de vida principalmente a realizar operaciones en el Hemisferio Occidental, para bloquear la expansión de la Revolución Americana al sur, a lo que todavía era la América española.
En agosto de 1808 Bentham sostuvo una serie de reuniones con el traidor estadounidense Aaron Burr, el asesino del secretario del Tesoro estadounidense Alexander Hamilton. Burr había sido absuelto de cargos relacionados a su intento fallido de conquistar México y el sudeste de los EU, pero todavía enfrentaba una causa estatal por asesinato.
Burr huyó a Inglaterra, donde de inmediato empezó a solicitar el respaldo de sus benefactores en la Compañía de las Islas Orientales y de la Corona británica, para llevar a cabo una aventura imperialista en México y en el Caribe. En una carta que le escribiera posteriormente a su secretario John Bowring, Bentham describió la trama: "Él (Burr) vino aquí en la esperanza de que el Gobierno auxiliara sus tentativas en México; pero el Gobierno acababa de hacer las paces en su disputa con España. . . En realidad quería hacerse emperador de México. Me dijo que yo sería el legislador, y que él enviaría un buque de guerra por mí. . . Me dijo que todos los mexicanos lo seguirían como un rebaño de ovejas".
Aunque el plan de Burr y Bentham no se hizo realidad en aquel momento, sería el fundamento de la posterior invasión a México de los ingleses, los franceses y los Habsburgo, que puso a Maximiliano en un trono mexicano de 1864 a 1867.
El agente de inteligencia de la Compañía de las Indias Orientales, James Mill, se estableció como el enlace de Bentham con el general Francisco de Miranda, un agente británico nacido en Venezuela, que había sido parte del equipo de agentes que Shelburne desplegó en Francia cuando el Terror jacobino. La colusión con Bentham profundizó cuando Miranda fue enviado de vuelta a Venezuela a "liberar" la región de España, y a imponer un nuevo régimen basado en los planes detallados de Bentham para establecer una dictadura "constitucional", campos de concentración de trabajo esclavo, y otros estratagemas "utilitaristas" de control social. La constitución "liberal" modelo de Bentham para los Estados liberados de las Américas, establecía un gobierno dictatorial ejercido por un cuerpo al que él llamaba un "Tribunal de Opinión Pública". Este cuerpo regiría a la sociedad totalmente según el bestial "cálculo de placer y dolor" de Bentham. Entre los escritos de Bentham que se tradujeron al español, y que circularon extensamente entre los agentes británicos "revolucionarios", estaban su En defensa de la usura y En defensa de la pederastia.
Miranda fue uno de la veintena de agentes británicos en Sudamérica cuyas actividades contrarrevolucionarias exterminaron a muchos de los más importantes aliados mexicanos, venezolanos y colombianos de los patriotas republicanos estadounidenses. Entre los principales corresponsales y agentes de Bentham estaban: el argentino Bernardo Rivadavia; el pro británico y pro monárquica "Libertador" Simón Bolívar de Venezuela (aunque posteriormente atacó a Bentham, por nombre, pero por razones no del todo claras); José del Valle de Guatemala; y Bernardo O'Higgins de Chile.
Bentham escribió una serie de folletos instando a España a "liberar" todas sus colonias en Centro y Sudamérica, para facilitar las "revoluciones" fraguadas por los británicos para romper los nexos entre los EU y los nuevos blancos de conquista imperial blanda de los británicos. Sus folletos polemizaban contra cualquier forma de monarquía constitucional, así como también contra cualquier forma de sistema constitucional federal, es decir, contra el modelo de los EU. Su estado "utópico" era una dictadura centralizada, que practicaba el librecambismo de la Compañía de las Indias Orientales británica, es decir, saqueo perpetuo por parte de la oligarquía europea con centro en Londres.
Guerra en América del Norte y del Sur
Más o menos a partir de 1806, los cada vez más frecuentes ataques navales británicos y las insurrecciones de indios americanos instigadas por los británicos, incitaron a los EU a librar una segunda guerra (defensiva) de independencia. En 1810, los nacionalistas encabezados por Henry Clay, presidente de la Cámara de Representantes, exigieron derogar el librecambismo y los recortes presupuestales de los presidentes Jefferson y Madison, medidas que habían estrangulado la economía y arruinado las Fuerzas Armadas. En 1812, los EU le declararon la guerra a la Gran Bretaña.
Esta reafirmación del vigor nacional coincidió con acciones fuertes llevadas a cabo por el movimiento que simpatizaba con los EU en la América española, especialmente luego de que Napoleón invadiera a España en 1808 e instalará al títere José Bonaparte como el monarca español.
Napoleón Bonaparte
Las nuevas juntas de gobierno inundaron a Washington de misivas en las que instaban a entablar alianzas políticas y solicitaban ayuda para garantizar el éxito de su lucha por indendependizarse de España. En víspera de su propia guerra, los EU vieron el desenvolvimiento del conflicto armado en Sudamérica con gran simpatía e interés, pero no podían comprometer grandes recursos a la independencia iberoamericana, aunque Henry Clay y otros dirigentes instaron a los EU a reconocer de inmediato a las recién independizadas naciones sudamericanas.
El cónsul estadounidense Joel Poinsett, en su despliegue a la Argentina y Chile en 1810, encontró que era abrumador el sentir de establecer repúblicas al estilo de los EU en esas naciones. Poinsett asesoró a los patriotas chilenos en la elaboración de una constitución, e instó a los Amigos del País a adoptar el plan arancelario proteccionista de los EU. Pero los ataques navales y las tácticas terroristas de los británicos forzaron la salida de Poinsett, y allanaron el camino para el títere británico, el "Libertador" Bernardo O'Higgins, y Chile devino un notorio Estado cliente de la Gran Bretaña.
Después de la guerra de 1812–15, los EU enviaron al doctor Jeremy Robinson al Perú en 1818, donde organizó a los dirigentes republicanos en oposición a los planes para establecer una monarquía, y a favor de emular el modelo estadounidense. Se le consideraba una amenaza tan grande ala región, que fue asesinado por agentes de influencia británicos en 1823.
El cura Miguel Hidalgo y Costilla, partidario de la filosofía platónica, llamó por establecer una alianza con los EU cuando inició la guerra de Independencia de México. El 13 de diciembre de 1810 el cura Hidalgo nombró a un embajador y ministro plenipotenciario, investido de todos los poderes necesarios, "para que podáis tratar, ajustar y arreglar una alianza ofensiva y defensiva" con los EU.
El sucesor del cura Hidalgo, José María Morelos y Pavón, le envió un mensaje al presidente Madison de los EU: "Confiábamos, finalmente, en la ayuda poderosa de los EU, quienes así como nos habían guiado sabiamente con su ejemplo, nos franquearían con generosidad sus auxilios, previos los tratados de amistad y de alianza en que presidiese la buena fe y no se olvidasen los intereses recíprocos. . . Nos alienta sobre manera para insistir en esta solicitud, la íntima persuasión en que siempre hemos vivido, de que siendo amigas y aliadas América del Norte y México, influyeran recíprocamente en los asuntos de su propia felicidad y se harán invencibles a las agresiones de la codicia, la ambición y la tiranía".
Al tiempo que los "libertadores" que escogió trataban de encaminar el movimiento independentista en una dirección benthamita, la Gran Bretaña también dirigía la carnicería de los dirigentes republicanos que representaban una amenaza para sus intereses geopolíticos. Fue el duque de Wellington quien le "sugirió" a España desplegar al general Pablo Morillo, un curtido veterano de la guerra peninsular, a encabezar la reconquista de Nueva Granada (Venezuela, Colombia, Ecuador) en 1815 y pacificar a los súbditos rebeldes. Con pertrechos dotados por los británicos, Morillo capturó Bogotá en mayo de 1816, y procedió a la matanza sistemática de los más prestantes intelectuales humanistas de la región, entre ellos Francisco José de Caldas, amigo de Humboldt y correspondiente de la Sociedad Filosófica Americana. Para fines de 1816, el sádico Morillo había asesinado a más de 500 de los principales cuadros humanistas tan sólo en Nueva Granada, gritando, como la turba jacobina de la Revolución Francesa: "La revolución no necesita científicos". Un comentarista de la época escribió que el resultado sería que Nueva Granada "vivirá para siempre en la ignorancia y la oscuridad".
Casi al mismo tiempo, en 1815, la Inquisición en la Nueva España (México) ajustició a Morelos, el dirigente independentista pro estadounidense, acusado de hereje. Tres años antes, la Inquisición también había matado de manera salvaje al cura Hidalgo, junto con su estado mayor, cinco de cuyos integrantes habían estudiado en el famoso Colegio de Minería, tan admirado por Humboldt. Las cabezas de dos de esos científicos se exhibieron de una manera horrorosa en las calles de Guanajuato, junto con las de Hidalgo y dos de sus más estrechos colaboradores.
La Doctrina Monroe, a favor del nacionalismo
Tras la guerra de 1812–15, en la que los británicos incendiaron la Casa Blanca y el capitolio, los nacionalistas recibieron un amplio apoyo público para tomar el control de los EU. El Banco de los Estados Unidos, de Hamilton, se restituyó después de un tiempo, y abrió de nuevo sus puertas en la Filadelfia de Franklin.
Mathew Carey, un católico irlandés refugiado que trabajó para Franklin en París y que tomó su lugar como publicista en Filadelfia, empezó a escribir y editar documentos analíticos sobre el proteccionismo, mismos que Henry Clay estudió con diligencia, agudizando sus ataques conjuntos contra el dogma británico librecambista de Adam Smith. Los agentes de Carey difundieron su labor editorial por todo el hemisferio, hasta Buenos Aires y Caracas. Por su parte, nacionalistas notables vinieron al norte desde Hispanoamérica, haciendo de la casa de Carey y de la Sociedad Filosófica Americana de Franklin sus centros revolucionarios en el exilio.
Luego de escribir la Constitución de Venezuela, Juan Germán Roscio fue arrestado, recuperó su libertad y se fue a Filadelfia en 1818. Carey publicó el libro de Roscio, Triunfo de la libertad sobre el despotismo.
Manuel Torres ayudó a dirigir el primer movimiento de independencia en la Nueva Granada, se escapó de que lo arrestaran, e inició un exilio permanente en Filadelfia en 1796. Sus escritos y discusiones personales ayudaron a darle forma al concepto estadounidense sobre el hemisferio. En 1820, la República de la Gran Colombia nombró a Manuel Torres como su embajador a los EU. En 1822, el presidente Monroe inició el reconocimiento formal de las nuevas repúblicas iberoamericanas cuando Manuel Torres, entonces próximo a morir, tomó juramento como embajador en una dramática ceremonia en la Casa Blanca.
En sus últimos años, el principal patrocinador de Torres fue Nicholas Biddle de Filadelfia, a quien el presidente Monroe y su secretario de Estado John Quincy Adams emplearon como oficial de inteligencia para asuntos hispanoamericanos. En 1823 el presidente Monroe nombró a Biddle presidente del Banco de los Estados Unidos. Biddle, Carey y sus amigos formaron la Sociedad Pensilvana para la Promoción de la Industria Nacional, que logró que el Congreso, entonces dirigido por Clay, aprobara una ley de aranceles altos, junto con la autorización para que los ingenieros del Ejército empezaran a diseñar los primeros ferrocarriles de los EU.
Carey y otros miembros de la Sociedad Filosófica Americana crearon el Instituto Franklin, un centro de investigación para la creación de un complejo de transporte público y privado, manufacturas y proyectos mineros, para empezar la industrialización nacional con apoyo gubernamental.

Presidente James Monroe


Esta iniciativa pensilvana tuvo repercusiones por todo el mundo. Uno de los seguidores de Hamilton y Carey, el economista alemán emigrado Federico List, proyectó abrir minas, cabildeó a favor de imponer aranceles, y luego regresó a Europa como cónsul de los EU. El trabajo de List a favor de una Zollverein (unión aduanera) y la construcción de ferrocarriles, ayudó a unir a los estados en pugnas mezquinas, en una nación alemana. Mathew y su hijo Henry C. Carey, junto con Federico List, serían conocidos en Ibero-América como los economistas del Sistema Americano. El secretario de Estado John Quincy Adams declaró en mayo de 1823: "La emancipación del continente sudamericano le abre a toda la raza humana la perspectiva de un porvenir, en el que esta Unión será llamada, a nombre de su deber para consigo misma y con innumerables eras de la posteridad, a desempeñar un papel conspicuo y dirigente. . .
Para que el tejido de nuestras conexiones sociales con nuestros vecinos al sur pueda erigirse, con el paso de los años, con una grandeza y armonía de proporciones equiparables a la magnificencia de los medios que la providencia pone en nuestro poder, y en el de nuestros descendientes, sus fundamentos deben descansar en principios políticos y morales, nuevos y desagradables para los tronos y tiranías del mundo viejo, pero coextenso con la superficie del orbe y duradero como los cambios del tiempo".
El 2 de diciembre de 1823, en el Mensaje Anual de Monroe al Congreso, una sección preparada por Adams vino a conocerse como la Doctrina Monroe. Ahí se advertía a los europeos "que debemos considerar cualquier intento. . . por extender su sistema a cualquier porción de este hemisferio, como peligroso para nuestra paz y seguridad. . . Con los Gobiernos que han declarado su independencia. . . no podemos ver intromisión alguna de cualquier potencia europea con el propósito de oprimirlos, o de controlar su destino de cualquier otro modo, bajo ninguna otra luz que no sea la manifestación de una disposición no amigable hacia los EU".
La declaración de Monroe puso como locos a los feudalistas. El príncipe Metternich de Austria le escribió el 19 de enero de 1824 al ministro de Relaciones Exteriores ruso Karl Robert Vasilievich conde de Nesselrode: "Estos Estados Unidos de América. . . han asombrado a Europa con un nuevo acto de sedición, más infundado, igual de atrevido, y no menos peligroso que el anterior.
Han. . . anunciado su intención de poner, no sólo a potencia contra potencia, sino. . . a altar contra altar. . . Han lanzado su condena y desprecio contra las instituciones de Europa más dignas de respeto, contra los principios de sus más grandes soberanos. . . [Al] fomentar revoluciones dondequiera que se presentan, al lamentarse de aquéllas que han fracasado, al extenderle su mano a aquéllas que parecen prosperar, le brindan nueva fuerza a los apóstoles de la sedición, y revigorizan el coraje de cada conspirador. Si este diluvio de doctrinas perversas y ejemplos perniciosos se extendiese por toda América, ¿qué sería de nuestras instituciones religiosas y políticas, de la fuerza moral de nuestros Gobiernos, y de ese sistema conservador que ha salvado a Europa de la disolución total"?
El ministro de Relaciones Exteriores británico George Canning escribió el 8 de enero de 1825, poco después de que la Gran Bretaña reconoció a algunas de las nuevas naciones: "Los yanquis cantarán victoria; pero son ellos los que pierden más con nuestra decisión. El gran peligro de ese momento. . . era una división del mundo entre europeos y americanos, entre republicanos y monárquicos; una liga de Gobiernos agotados por un lado, y una de naciones vigorosas y en ebullición, con los EU a la cabeza, por el otro. Nosotros nos interponemos, y nos asentamos en México. Los Estados Unidos nos han tomado la delantera en vano, y nosotros volvemos a unir a América con Europa. Seis meses más, y el daño hubiera estado hecho". Canning se jactó: "Hispanoamérica es libre y, si no manejamos lamentablemente mal nuestros asuntos, es inglesa".
Adams llegó a la Presidencia de los EU en 1825 y nombró a Clay como su secretario de Estado. Ellos enviaron a Joel Poinsett como el primer embajador extranjero al nuevo México independiente. Los aristócratas realistas pro británicos entonces dominaban el Gobierno de México, agrupados se agruparon en el partido conocido como los "escoceses", porque la mayoría eran miembros del rito escocés de la francmasonería, controlado por el servicio secreto británico.
Poinsett empezó a dar consejo a los más numerosos, pero desorganizados, ciudadanos favorables a la república, y a iniciativa suya, muchos activistas se integraron a las logias francmasónicas del rito de York, vinculadas a Pensilvania. A ellos se les conoció como los "yorkinos", o el partido Liberal. Poinsett desalentó sus planes de realizar una revolución armada, aconsejándoles la educación y el activismo político para alcanzar la victoria electoral. Ellos ganaron las elecciones al Congreso en 1826, abriéndose pasó para ganar la presidencia en 1828 con el general revolucionario Vicente Guerrero.
El diplomático británico Ward movilizó a los realistas contra Poinsett y la influencia estadounidense. En 1827, las legislaturas de Puebla y Vera Cruz, bajo el control del "partido europeo", exigieron que se expulsara a Poinsett de México. Aunque los liberales lograron llevar a Guerrero a la Presidencia en 1828, la campaña británica de odio terminó en la revocación de Poinsett.
Desde entonces, la oligarquía financiera y sus aliados medievalistas en la Iglesia sostienen que Poinsett era un masón entrometido, pero que la cancillería británica actuó de forma correcta con sus masones. Sin embargo, Poinsett impulsó la causa nacionalista, ayudando a crear un liderato patriota que pudiera defender a México en sus mayores momentos de crisis.
Proponentes del Sistema Americano emergieron en México en los 1840, dirigidos por el colbertista Esteban de Antuñano, aliado de la lucha continua de Henry Clay en los EU. Estudioso de las políticas proteccionistas de Alexander Hamilton y Federico List, Antuñano escribió un plan detallado para la industrialización del país en su Plan económico político de México, de 1845, seguido por su Plan platónico para hacer feliz a México, bajo el régimen federal, por semejanza en mucho con los Estados Unidos de América, de 1846. Pero al año siguiente su país se hundió en la guerra.


Lincoln versus los traidores y sus guerras


Los banqueros nororientales y los esclavistas sureños se unieron en el Partido Demócrata para controlar la política estadounidense durante casi todo el período de 1829–60, empezando con el régimen de Andrew Jackson (los banqueros británicos empezaron a ejercer una poderosa influencia directa en el distrito financiero de Wall Street en Nueva York: August Belmont llegó a los EU en 1837 en representación de los Rothschild). La pandilla banquero– esclavista le declaró la guerra a México (1846–48), y poco después dieron media vuelta y le lanzaron la guerra a los propios Estados Unidos, con la rebelión sureña.
Presidente Abraham Lincoln
El esclavista de Tennessee James J. Polk, ganó la Presidencia de los EU en 1844; el Partido Whig reveló que la Asociación de Libre Cambio británica financió la campaña de Polk.
Éste consiguió la declaración de guerra del Congreso, mintiéndole al decir que México había invadido Texas. El régimen de Polk de inmediato hizo un acuerdo secreto con la Gran Bretaña para cederle lo que hoy es la Columbia Británica, parte el territorio de Oregón que estaba entonces en disputa, a cambio de apoyar la guerra contra México.
El ex presidente John Quincy Adams, que en ese entonces se desempeñaba en el Congreso, instó a sacar por completo a la Gran Bretaña de Norteamérica, y exigió la paz con la hermana república de México. Henry Clay, que estaba retirado, tildó la ofensiva contra México de guerra de "agresión insultante" y de "rapacidad". El joven congresista Abraham Lincoln, un whig junto con Adams y Clay, presentó ante el Congreso la "resolución de sitio", probando que Polk había mentido, y exigiendo que dijera el sitio preciso en el que México supuestamente había invadido a los EU.
Cuando Lincoln ganó la Presidencia en 1860, la crisis de la secesión sureña comenzaba. El régimen saliente de Buchanan era tan traicionero, que el presidente mexicano Benito Juárez, líder de los liberales, envió a su embajador Matías Romero a reunirse en secreto con Lincoln (que se sabía era favorable a los mexicanos) en Illinois, antes de que tomara posesión. Romero le dijo a Lincoln que el Gobierno mexicano estaba bajo ataque del "clero y el ejército. . . por sostener los privilegios e influencia que gozaban durante del régimen colonial".
Romero escribió en su diario: "Le dije que México se había congratulado mucho con el triunfo del partido republicano, porque esperaba que la política de ese partido sería más leal y amistosa, y no como la del democrático que se ha reducido a quitarle a México su territorio para extender la esclavitud".
Lincoln "me preguntó cuál era la condición de los peones. . . pues había oído decir que estaban en una verdadera esclavitud y quedó muy complacido cuando le dije que los abusos sólo existían en pocos lugares y que eran contrarios a la ley".
Lincoln "me dijo. . . que durante su administración procurará hacer todo lo que esté a su alcance en favor de los intereses de México, que se le hará entera justicia en todo lo que ocurra y que se le considerará como una nación amiga y hermana. Me agregó que no creía que nada pudiera hacerlo cambiar de este propósito".
El primer ministro británico lord Palmerston saludó a la reina Victoria el 1 de enero de 1861, celebrando "la pronta y casi lograda disolución de la gran confederación nordista en América". Entonces, Gran Bretaña, la Francia de Napoleón III y España invadieron México, mientras los EU estaban enfrascados en la guerra Civil. Esto permitió usar a México como una ruta de contrabando de pertrechos de guerra de la Gran Bretaña y Francia para la Confederación esclavista. Cuando impusieron al austriaco Maximiliano de Habsburgo como Emperador de México, los EU no pudieron hacer nada militarmente para ayudar a la guerra de resistencia del presidente Juárez. Pero cuando la Confederación se rindió, los EU movilizaron tropas hacia la frontera mexicana, abastecieron de armas a Juárez, y la independencia de México fue restaurada.
Gran Bretaña aprovechó la confusión que siguió inmediatamente después del asesinato de Lincoln en 1865, orquestando la genocida guerra de la Triple Alianza de 1865–70 contra Paraguay, acabando con 40 años de un sorprendente progreso educativo, industrial y de la infraestructura, basado en el Sistema Americano. El grado de desarrollo que se había alcanzado en esa nación fue tal, que el cónsul estadounidense Edward Augustus Hopkins describió a Paraguay como "la nación más unida, más rica y más fuerte del Nuevo Mundo".
La creación de un Nuevo Mundo
Sin embargo, los programas económicos del Gobierno de Lincoln, rebasando por mucho las necesidades inmediatas del período de guerra, siguieron maravillando y mejorando a la humanidad por una generación después de su asesinato. Los ferrocarriles financiados por el Gobierno, el bloqueo arancelario a la importación de bienes británicos hechos con mano de obra barata, las tierras agrícolas gratuitas, las universidades gratuitas y la emisión de crédito público, acarrearon un aumento inmenso del empleo y de la fuerza productiva de los EU, y de nuevas industrias, a una escala que empequeñeció a la antigua potencia, la Gran Bretaña imperial. Japón, Alemania y Rusia botaron los métodos británicos y adoptaron el prodigiosamente exitoso Sistema Americano.
El complejo industrial y científico nacionalista de Filadelfia siguió siendo el centro de la planificación estratégica estadounidense. Los escritos y la influencia política del economista Henry C. Carey llegaron a todos los países, en abierto desafío al eje de Londres con los banqueros de Wall Street en Nueva York, en tanto sus socios ferrocarrileros de Pensilvania construyeron las máquinas, las acerías y la infraestructura de los EU.
Con Matías Romero como intermediario del Gobierno de Juárez y de los que le siguieron, los filadelfios planificaron e iniciaron la construcción de una red ferroviaria nacional en México. William J. Palmer, un general de caballería que recibió la Medalla de Honor en la guerra Civil estadounidese, y que era socio del Ferrocarril de Pensilvania, diseñó los Ferrocarriles Nacionales de México en 1872›73.
Al tiempo que se construían las primeras líneas, los miembros del equipo de Palmer organizaron y financiaron la "fábrica de inventos" de Thomas Alva Edison en Nueva Jersey; y George Barker, el científico en jefe del Instituto Franklin, asesoró a Edison en el desarrollo de la luz eléctrica, que llevó a la creación de centrales eléctricas públicas en todo el mundo.
Presidente Benito Juárez
De hecho, se construyeron miles de kilómetros de vías férreas en México, conforme los planes de Palmer.
Los aliados mexicanos de este desarrollo incluyeron a Carlos de Olaguíbel, quien se unió a Juárez y Matías Romero y atacó las teorías de Jeremy Bentham y Adam Smith. Olaguíbel advirtió en su libro de 1875, El proteccionismo en México, que el sistema maltusiano que le impusieron al país es "fatal, porque impide el acrecentamiento de la población, ese acrecentamiento de que tanto necesitamos, y que tendrá que mantenerse aun cuando se aumente demasiado, siempre que se proteja la industria".
Pero sobre el camino, la guerra financiera encabezada por J.P. Morgan de Wall Street llevó a Palmer a la quiebra y debilitó el poder de sus socios. Wall Street se apoderó de los ferrocarriles mexicanos, a medio construir, y empezó a desmantelar todo el programa de construcción nacional.
El Gobierno nacionalista de Perú trajo al estadounidense Henry Meiggs para construir el primer proyecto ferroviario a gran escala de Sudamérica, de 1868 a principios de los 1870, al parejo de los esfuerzos de Brasil, en los que participó el ingeniero estadounidense W. Milnor Roberts. Lincoln había restablecido la relación —rota por el presidente Buchanan— con el Perú, y los ingenieros estadounidenses empezaron a entrar.
Los peruanos planificaron que las líneas de Meiggs cruzarían la titánica cordillera de los Andes hacia Brasil y Argentina, y que los complejos acereros y manufactureros peruanos abastecerían al continente unificado de las herramientas necesarias para la modernización. El ferrocarril, el primero de su clase en el mundo, entró a los Andes, pero los inmisericordes ataques financieros internacionales evitaron su terminación transcontinental. Perú y Meiggs fueron llevados a la bancarrota.
Los británicos usaron entonces a su Estado cliente, Chile, dándole dinero y buques de guerra para lanzar una invasión que destruyera al Perú. El secretario de Estado estadounidense James G. Blaine vino al rescate de Perú por medios diplomáticos y de otro tipo en esta guerra del Pacífico de 1879–81. Empezaban a ganar la guerra, cuando asesinaron al presidente estadounidense James Garfield y destituyeron a Blaine. Perú quedó a merced del saqueo de una dictadura directa de los banqueros que la redujo a una pobreza bestial, destruyendo 30 años de logros magníficos de cuatro presidentes peruanos. A Blaine lo forzaron a comparecer ante audiencias del Congreso sobre "corrupción", que presidió Perry Belmont, hijo del representante estadounidense de los Rothschild, August Belmont. Blaine presentó un valiente testimonio en el que denunció que el ataque contra Perú era una operación británica para beneficio de las finanzas londinenses.
Blaine tuvo otra oportunidad como secretario de Estado de 1889 hasta su muerte en 1892. Él desarrolló el concepto de "reciprocidad" proteccionista con otras naciones del hemisferio, en equilibrio comercial para crear de forma premeditada industrias de alta calidad, con buenos salarios, de forma simultánea en todos los países. También impulsó planes para construir ferrocarriles que unieran a América del Norte y del Sur.
En los últimos 25 años del siglo 19, hubo un resurgimiento de las políticas del Sistema Americano por toda Ibero América. Los Gobiernos de Carlos Pellegrini y Vicente Fidel López en Argentina (1890–92), de José Manuel Balmaceda en Chile (1886–91), de Rafael Núñez en Colombia (presidente en 1880–82, 1884–86 y 1887–88), y del naciente grupo de proteccionistas en Brasil, ejemplificados por Ruy Barbosa, ministro de Finanzas de la recién creada República en 1891, buscaban transformar sus naciones con políticas proteccionistas asociadas con Hamilton, Federico List y Henry Carey.
La Comisión Ferroviaria Intercontinental, creada por Blaine, empleó ingenieros del Ejército estadounidense para levantar planos y planificar líneas que unieran a los EU hasta Argentina y Brasil, y le presentó un mapa completo del proyecto al Presidente William McKinley en 1898. McKinley celebró los planes de Blaine como el futuro de la humanidad, en un discurso que dio en 1901 en la exposición panamericana de Búfalo, en donde fue asesinado. A McKinley lo reemplazó su vicepresidente y rival político, Theodor "Teddy" Roosevelt, quien puso fin a las relaciones estadounidenses de la era de Lincoln con Iberoamérica. La facción financiera transatlántica de Teddy fraguó este golpe desde antes, en 1898, imponiéndole al presidente McKinley una guerra que no quería emprender en contra de España, con la conquista de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas. Las fuerzas pro estadounidenses en el sur no se daban por vencidas, aunque los antiamericanos habían tomado al Gobierno estadounidense. En diciembre de 1902, en una famosa nota diplomática enviada a Teddy Roosevelt en respuesta al cobro forzoso, a punta de cañoneros, de la deuda venezolana, por parte de los acreedores británicos, alemanes e italianos, el ministro de Relaciones Exteriores argentino Luís María Drago reafirmó la primacía de la Doctrina Monroe:
"Entre los principios fundamentales del derecho público internacional que la humanidad ha consagrado, es uno de los más preciosos el que determina que todos los Estados, cualquiera que sea la fuerza de que dispongan, son entidades de derecho, perfectamente iguales entre sí y recíprocamente acreedoras por ello a las mismas consideraciones y respeto.
"Pero el cobro compulsivo e inmediato [de la deuda], en un momento dado, por medio de la fuerza, no traería otra cosa que la ruina de las naciones más débiles y la absorción de su gobierno con todas las facultades que le son inherentes por los fuertes de la tierra. Otros son los principios proclamados en este continente de América. `Los contratos entre una nación y los individuos particulares son obligatorios según la conciencia del soberano, y no pueden ser objeto de fuerza compulsiva', decía el ilustre Hamilton. `No confieren derecho alguno de acción fuera de la voluntad soberana'. . .
"Tal situación aparece contrariando visiblemente los principios muchas veces proclamados por las naciones de América y muy particularmente la doctrina de Monroe, con tanto celo sostenida y defendida en todo tiempo por los EU".
Pero Teddy ni siquiera respondió a la carta de Drago. En 1905 Teddy Roosevelt canceló la Doctrina Monroe, al anunciar un "corolario": los EU pueden invadir a las naciones del hemisferio a voluntad para cobrar deudas y con propósitos similares. Y esta perversidad cobró forma en repetidas ocasiones, en lo que el mundo llamó la "diplomacia del dólar".
Con Teddy, J.P. Morgan de Wall Street terminó de tomar y monopolizar las principales industrias de los EU —ferrocarriles, acerías, empresas eléctricas— que habían construido los adversarios nacionalistas de Wall Street.
Pero ciertos métodos y objetivos del siglo 19 no podían ser aplastados con tanta facilidad.
Edward J. Doheny desarrolló de forma independiente el petróleo de California en los 1890, después de que Pensilvania creara la industria petrolera, y que los Rockefeller y los financieros británicos se apresuraran a quedarse con ella. Por su cuenta, Doheny fue a México en 1900 para empezar ahí la producción de petróleo, de manera que los ferrocarriles propuestos para el hemisferio pudieran funcionar de forma eficiente con petróleo, en vez de hacerlo con carbón importado.
Doheny y otros esbozaron la creación de un vasto complejo industrial y de infraestructura para vincular a los estados del Pacífico de los EU, Ibero América y el Lejano Oriente. Un consorcio organizado por Doheny, vinculado al presidente estadounidense entrante Warren Harding, negoció un acuerdo con el líder soviético Vladimir Lenin en 1920 para desarrollar el petróleo y el carbón de Siberia, y exportar hacia Rusia 3 mil millones de dólares en equipo ferroviario y otros bienes de capital. Esto hubiera llevado al nuevo régimen soviético a restaurar la rota alianza ruso–estadounidense.
En noviembre de 1920, un grupo de empresarios de California asistió a la toma de posesión del presidente mexicano Álvaro Obregón, un revolucionario nacionalista a quien el Gobierno estadounidense rehusó reconocer como presidente. Los californianos buscaban restaurar la alianza de desarrollo entre México y los EU que Teddy Roosevelt y sus patrocinadores depredadores habían roto.
La corriente, favorable al Sistema Americano, de Esteban de Antuñano y Carlos de Olaguíbel del período de 1840–70 en México, se había mantenido directamente, llevándola a la Revolución Mexicana de 1910, y se expresaba en la idea del "Estado intervencionista" que más tarde defendieran Obregón y su ministro de Finanzas Alberto J. Pani.
El programa de Pani subrayó la necesidad de tener un Estado dirigista para conducir la industrialización. Pani señaló que "la maravillosa historia de transformación japonesa durante la revolución Meiji" debería reproducirse en México, es decir, la forma en que Japón se deshizo del feudalismo e impulsó el patrocinio gubernamental de la industria pesada.
Obregón, en su Manifiesto a la Nación donde anunciaba su candidatura el 25 de junio de 1927, dijo: "Debemos ser sumamente cautos con las inversiones que en nuestro territorio pretendan realizar los intereses imperialistas de Wall Street y dar toda clase de facilidades compatibles con nuestras leyes al capital industrial comercial y agrícola, que del vecino país quiera venir a cooperar con nosotros al desarrollo y explotación de nuestros recursos naturales, para que así podamos ser más conocidos por el capital honesto de la vecina república, que será siempre nuestro aliado para dar a conocer la verdad en su propia nacionalidad, cuando los intereses absorbentes de Wall Street pretendan tergiversar la verdad para provocar conflictos y crisis internacionales entre la cancillería de ambos países como ha ocurrido en repetidas ocasiones".
El presidente Harding murió en 1923 en circunstancias misteriosas. Doheny y otros simpatizantes de Harding, que tenían un poder independiente de Rockefeller y Wall Street, fueron enjuiciados con una trampa armada en torno a unas concesiones petroleras supuestamente ilícitas, conocido como el escándalo del "Teapot Dome", y la mayoría de sus empresas fueron destruidas. Los EU entraron luego a un período de especulación desenfrenada e imperio del crimen organizado, en tanto los banqueros de Londres y Wall Street promovieron el ascenso al poder de regímenes fascistas.
Revive la Doctrina Monroe: la política del Buen Vecino
A partir de 1933 el presidente Franklin Delano Roosevelt hizo un cambio revolucionario en la estrategia y economía de los EU en el Hemisferio Occidental. Roosevelt sacó de cuajo la política destructiva de saqueo financiero y de materias primas impuesta por su primo Teddy Roosevelt, de triste memoria, y en su lugar restableció la política exterior de John Quincy Adams, misma que expresa la Doctrina Monroe de 1823, y que se fundamenta en un cometido total a la industrialización y al establecimiento de una comunidad de principio entre Estados nacionales perfectamente soberanos.


Presidente Franklin D. Roosevelt


En su discurso de toma de posesión el 4 de marzo de 1933, Roosevelt explicó su Nuevo Trato para la transformación audaz de los EU mediante la creación de crédito, grandes proyectos de infraestructura, obras públicas y medidas proteccionistas. Además: "Dedicaré esta nación a la política del buen vecino, del vecino que resueltamente se respeta a sí mismo, y por eso mismo, respeta los derechos de otros; el vecino que respeta sus obligaciones y respeta la inviolabilidad de sus acuerdos en y con un mundo de vecinos".
La política del Buen Vecino de Roosevelt, de 1933–45, tuvo efectos muy poderosos, como puede verse, por ejemplo, en el hecho de que Roosevelt hábilmente tomó la parte de Lázaro Cárdenas cuando éste nacionalizó los intereses de las petroleras Shell y Standard Oil en 1938.
La misión sin precedentes que envió a Brasil en 1942–43, la del aliado cercano de Roosevelt, Morris Llewellyn Cooke, elaboró planes detallados para transformar a Brasil en una potencia industrial moderna; y se enviaron misiones parecidas a otros países. Al mismo tiempo, Franklin Roosevelt movilizó a las naciones iberoamericanas para derrotar al fascismo en el intervalo de 1938 a 1945.
El gran sueño de Roosevelt era acabar con los imperios coloniales de la Gran Bretaña, Francia y Portugal, y desarrollar a las naciones subdesarroladas con el uso intensivo de capital y de energía. El financiamiento del impresionante complejo acerero brasileño de Volta Redonda por parte del Eximbank de los EU, y el apoyo brindado a proyectos industriales en otros países, son ejemplos del método de Roosevelt.
El cometido de Roosevelt para con el desarrollo le granjeó muy buena voluntad a los EU, y un gran respeto a Roosevelt en lo personal, entre los dirigentes iberoamericanos, como se ve de la carta que el presidente saliente mexicano Lázaro Cárdenas le escribió a Roosevelt en 1940. En esa carta, Cárdenas le expresa su agradecimiento por la comprensión y el entendimiento que el mandatario estadounidense había mostrado en la resolución de las numerosas e inescapables dificultades que siempre surgen entre vecinos. Cárdenas le dijo a Roosevelt que sólo con su Gobierno los mexicanos habían tenido la posibilidad de hablar con libertad sobre los problemas, sin tomar en cuenta las diferencias en lo que toca al poder, y de esa forma buscar decisiones de común acuerdo, dictadas únicamente por el afán de ambos por la justicia.
La Alianza por el Progreso de John F. Kennedy a principios de los 1960, fue un intento de revivir aspectos de la política del Buen Vecino. Pero el asesinato de Kennedy en 1963 abortó cualquier posibilidad de lograr esa meta.
Esto deja la responsabilidad de revivir la misión de los EU de llevar justicia al mundo, totalmente en manos de la presente generación.

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